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En el marco de la lectura de la teoría de Thomas Laquear acerca del sexo, en su libro Making sex: body and gender from de greeks to Freud (1990), presentaré ciertos aspectos de las doctrinas en que se apoyan sus hipótesis constructivistas.

Thomas Khun: los paradigmas

La aparición del libro de Thomas Khun La estructura de las revoluciones científicas (1962), tiene lugar en un contexto particular en la filosofía de la ciencia: el momento de transformación de la ciencia en un fenómeno histórico.

La introducción de esta perspectiva, según el análisis de Ian Hacking en su libro Representar e intervenir, produce en el campo de la filosofía dos efectos interconectados: una crisis de la racionalidad, o de la razón como fundamento de la verdad científica, y una preocupación por el realismo científico, es decir por el tipo de realidad en juego en los constructos de la ciencia.

¿Cómo llega Khun a este resultado?

En primer lugar, su concepción de la ciencia no está referida a la vasta empresa que es la ciencia moderna, que tiene como modelo a la ciencia natural y en particular, la física. Él se centra en lo que llama una “matriz disciplinaria”, pequeños grupos de investigadores que persiguen una línea de investigación, con problemas y objetivos comunes.

Esto conduce a la tesis de la ciencia normal, inseparable en términos estructurales de una serie que se inscribe en estos términos: ciencia normal- crisis- revolución- nueva ciencia normal. La tesis fundamental es la siguiente: “cada teoría nace refutada”. No hay teoría, por elaborada que esté, que logre encajar punto por punto con los hechos del mundo. Es por eso que cada ciencia normal consiste en la “resolución de acertijos”, tiene por finalidad acumular constructivamente un cuerpo de conocimientos y conceptos en dominios particulares. Pero se trata de los acertijos que en ese dominio resulten resolubles.

A este defecto fundamental de las teorías para apresar los hechos del mundo, los llama anomalías. Cuando las anomalías se acumulan, y la perspectiva teórica se nubla, la disciplina entra en crisis, y se produce lo que Khun llama revolución. Esta idea de revolución científica lo precede: es coetánea de la revolución en política (Revolución Francesa, 1789, revolución en la química, 1785), se habla de la revolución copernicana, etc. Sin embargo, la particularidad de su doctrina estriba en que, si cada ciencia normal, por sus anomalías, lleva la semilla de su propia destrucción, hay una idea de revolución perpetua, que supone momentos de estabilización a través del establecimiento de paradigmas, que constituyen el modelo de cada ciencia normal.

Es el uso de este término “paradigma”, el que nos interesa, ya que conduce a la idea que cobra fuerza en el constructivismo: que cada teoría es un lenguaje que determina el modo en que se construye la realidad. Es una palabra antigua, rescatada por Khun, que fue importada del griego al inglés hace 500 años. Significa patrón, ejemplar o modelo. Un ejemplo de paradigma es el verbo que sirve de modelo para la conjugación, según la terminación verbal, en el aprendizaje de una lengua (amar, temer y partir en nuestros ya antiguos manuales escolares). También lo es un santo que se erige como modelo de vida. Por eso una de las comparaciones que Khun establece para concebir la revolución de los paradigmas, es la conversión religiosa, que implica un cambio radical en la manera de concebir la vida. En el plano de la percepción, lo compara con un cambio guestáltico, ilustrado en el ejemplo del dibujo de un cubo en perspectiva, que puede verse de distintos modos según cómo se esté orientado.

Pero lleva aún más lejos la cuestión: después de un cambio de paradigma, dice, los miembros de una nueva matriz disciplinaria, viven en un mundo diferente al de sus predecesores. Al constituir un nuevo lenguaje, el nuevo paradigma no puede representar los descubrimientos y formulaciones del anterior, no hay asimilación ni traducción de la teoría anterior la nueva (esto conduce a otro problema en el campo filosófico, el de la inconmensurabilidad de las teorías rivales o sucesivas). En ese sentido, cada uno aprende ese lenguaje como nativo; no tiene dos teorías en la cabeza que va comparando punto a punto.

Al parecer, Khun utilizó de 22 maneras diferentes la palabra “paradigma”, pero al final se concentró en dos sentidos: como logro (algún éxito ejemplar en el momento de la revolución, produce nuevos conceptos que resuelven los problemas de manera novedosa), y, correlativamente, como conjunto de valores compartidos. Esto es: el logro impone normas, modelos de investigación, qué tipos de anomalías interesa resolver, qué soluciones son admisibles, y por añadidura, qué trabajos serán promovidos, financiados, publicados, etc., por la comunidad científica.

Me gustaría agregar una apreciación de Ian Hacking, en su indagación acerca de la relación entre la representación y lo real. Considera la doctrina de Khun como una clase de nominalismo, en la medida en que los cambios de paradigmas suponen la imposición de nuevos sistemas de categorías sobre los fenómenos, que conllevan la invención de nuevas potencialidades, nuevas causas, y nuevos efectos. Hay una cita de una formulación más reciente de Khun: “Lo que caracteriza las revoluciones, es, pues, un cambio en varias de las categoría taxonómicas que son un prerrequisito para las descripciones y las generalizaciones científicas…”. Pero se distingue del nominalista antiguo, para quien nuestros sistemas de clasificación son productos estables, e inmutables de la mente. La perspectiva histórica introduce la idea de que dichas categorías están sujetas a la variabilidad de los sistemas conceptuales sostenidos por cada paradigma, y esto orada la idea de una representación última y correcta del mundo.

 

La tesis Duhem- Quine

Lo que se conoce bajo este nombre es en realidad una idea que se desprende de la obra del físico, e historiador y filósofo de la ciencia  francés Pierre Duhem (1861-1916), que fue ampliada y radicalizada por el lógico norteamericano Willard Van Orman Quine (1908-2000),

Duhem es uno de los fundadores de la disciplina que orienta la investigación de Khun, la historia de la ciencia. Pero su indagación, que se dirige particularmente a la física (y no toca a la lógica y la matemática), está referida a lo que funda el conocimiento científico del mundo. Para él no se trata de la lógica estricta ni los puros datos experimentales, sino de decisiones que producen el salto de la observación a la teoría, que tiene el carácter de un acto creativo. Tal decisión se funda en el buen sentido del científico. Este buen sentido metodológico es fruto de una buena formación científica, de un cierto sentido común, incluso de un conocimiento histórico de su disciplina.

Esta concepción promueve una dura crítica a la búsqueda de contrastación empírica de las teorías según los modos lógicos de verificación (Carnap) y falsacionismo (Popper). Para Duhem, “... una teoría verdadera no es una teoría que da una explicación de las apariencias físicas conforme a la realidad, sino una teoría que representa de manera satisfactoria un conjunto de leyes experimentales” (La teoría física, su objeto y su estructura Publicado por Ed. Herder, Barcelona, 2003 ) . Esta afirmación se funda en lo que se ha llamado el holismo epistémico de Duhem. Supone que no se puede someter a prueba experimental cada enunciado teórico en forma aislada, ya que cada uno se sostiene de un sistema de creencias que conforman un todo. Es este sistema el que constituye la unidad de contrastación empírica.

Es esto lo que lleva a la formulación más fuerte de su tesis: “unos mismos resultados experimentales pueden ser descritos por un numero infinito de teorías diferentes e incluso incompatibles entre si”. Tesis conocida como la " subdeterminación de las teorías".

Quine lleva al extremo esta tesis, al salir del campo restringido de la física y extenderla a la cuestión del conocimiento del mundo en general, comprendiendo a la lógica misma y la matemática. Su interés por las teorías de la referencia y del significado (a las que insiste en mantener separadas), lo lleva a considerar el holismo a nivel del lenguaje. En un artículo de 1951, “Los dos dogmas del empirismo”, realiza una crítica a Carnap y su teoría de la verificación, siguiendo dos argumentos. El primero se apoya en el holismo de Duhem: no es posible asignar una significación aislada a un enunciado (y luego asociarlo a condiciones de verificación de acuerdo a la experiencia), porque todo enunciado trae consigo a toda la lengua en que está incluido. Por ende, “sólo un lenguaje o una teoría, tomada globalmente, pueden ser confrontadas a la experiencia”. El segundo argumento para oponerse a la idea de que se puede establecer el sentido de una frase aisladamente, se basa en el problema de la traducción. Quien se ocupa de traducir de una lengua a otra sabe que hay elecciones (de términos, frases, et.) que permanecen abiertas, indeterminadas, y quedan libradas a la decisión del traductor. De eso se sigue que obtengan manuales de traducción con criterios divergentes, e incluso incompatibles. Para Quine, esto implica que debe abandonarse la ilusión de atrapar la referencia de las lenguas, ya que no hay medio alguna que permita decidir qué traducción es la correcta. Es más, lo que la indeterminación de la traducción pone de manifiesto, es que el lenguaje no remite a otra cosa más que a significaciones que son indecidibles. Entonces, “(…) la ilusión de determinación , de apuntar una referencia, proviene en parte de que proyectamos las hipótesis analíticas de nuestra propia lengua en la lengua a traducir”.

Si a Quine le interesa mantener la diferencia entre referencia y significación, manteniendo la línea demarcatoria fijada por Frege, es porque para él es necesario distinguir entre la cuestión «¿Qué hay?» y la cuestión «¿Qué dice una cierta teoría o forma de discurso que hay?». « lo que hay no depende en general del uso que se hace del lenguaje, pero lo que se dice que hay sí depende de tal uso», afirma.

Karen Monsalve

 

 

 

 

 
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