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Apertura

La Spaltung y sus versiones

Adriana Testa

 

Spaltung’, ‘Ichspaltung’, la escisión del yo. Conservo la palabra alemana en el título en homenaje a Sigmund Freud, en este año aniversario de su nacimiento (1856-2006).

 

En las postrimerías de su obra y de su vida, Freud escribe y deja inconcluso un brevísimo ensayo “Escisión del ‘Yo’ en el proceso de defensa”, escrito según Ernest Jones en las Navidades de 1937, y publicado, póstumamente, en 1940.

En el título retorna un tema de inicio en su obra: el proceso de defensa. A la luz de este retorno, podemos observar que de modo explícito o no tanto, éste es un tópico que ha orientado la creación de muchos conceptos en la obra freudiana.

En tal sentido es notable el comienzo: “Por un momento me encuentro en la interesante posición de no saber si lo que voy a decir debería ser considerado como algo familiar y evidente desde hace tiempo o como algo completamente nuevo y sorprendente. Me siento inclinado a pensar lo último”1. Freud opta por la faz extraña (nueva y sorprendente) de lo familiarmente conocido. Involucrado él mismo en lo que dice, ubica centralmente la experiencia de lo ominoso, de lo siniestro en el proceso de la defensa. Proceso que se desencadena –lo dirá unas líneas más abajo- en “ciertas situaciones peculiares de presión”, que suceden bajo la influencia de un “trauma psíquico”.

La descripción de ese proceso de defensa que se desencadena entre fuerzas antagónicas, concluye con una observación última e irreversible: la salida, la solución, el éxito se logra a costa de “un desgarrón del yo que nunca se cura, sino que se profundiza con el paso del tiempo”. Es notable el pesimismo que orienta a Freud al final de su vida. No hay cura posible de ese “desgarrón”. Sí, es posible incorporarlo, hacerlo parte de la vida de cada uno.

Los invito a leer este texto. Sólo agregaré un comentario más -en clave de lectura- para el tema que hoy nos reúne aquí, la tragedia de quien cae bajo la captura de un movimiento pulsional acéfalo, la repetición compulsiva del consumo de sustancias, drogas u alcoholes. Una frase –cuando puede ser dicha- define esa experiencia: “no puedo parar de hacer lo que hago”.

Freud describe dos reacciones contrarias al conflicto que persisten como el punto central de una escisión del yo. Supongamos el yo de un niño (ese yo que define un estado de cosas, más que un tiempo de la vida) que se halla bajo el influjo de una exigencia pulsional poderosa a la que se ha acostumbrado a satisfacer y que súbitamente es asustado por una experiencia que le enseña que la continuación de esa satisfacción traerá consigo un peligro real casi intolerable. Debe entonces decidir, hay un conflicto entre la exigencia de la pulsión y la prohibición por parte de la realidad. En la práctica, el yo del niño –dice Freud- no toma ninguno de esos dos caminos, o más bien, sigue ambos simultáneamente, lo cual viene a ser lo mismo. Replica al conflicto con dos reacciones contrapuestas y las dos eficaces: por un lado con la ayuda de ciertos mecanismos rechaza la realidad y rehúsa aceptar cualquier prohibición; por otro lado, al mismo tiempo, reconoce el peligro de la realidad e intenta por consiguiente despojarse de dicho temor. “Hay que confesar –dice Freud- que es una solución muy ingeniosa”2. El recurso a las drogas también es una solución y bajo la microscopía de este proceso, podemos decir también que es un recurso ingenioso.

¿Por qué me interesa hacer hincapié en esta observación freudiana sobre la escisión del yo? Porque es Jacques Lacan quien pescó en Freud la punta del ovillo que desembrollará a lo largo de toda su enseñanza. Sigo aquí la orientación del curso de Germán García. Lacan encuentra en ese “desgarrón del yo” que no se cura, una verdad irreductible y de ahí en más postulará su controvertida teoría del sujeto tachado como un modo inédito –en relación a las teorías del sujeto- de incluir en él esa spaltung, escisión, división constitutiva de un yo por definición evanescente, atópico, transindividual. Es de uno pero está irremediablemente escindido porque hay otros. Freud lo dice mejor: “Todo el proceso nos parece extraño porque damos por sabida la naturaleza sintetizadora de los procesos del yo. Pero en esto estamos claramente equivocados”. Y dice más pero no seguiré, los invito nuevamente a leer ese texto.

Pasemos a la macroscopía, al macrocosmos en el que esta inserto ese personaje al que dedicamos esta jornada. ¿Qué programa? La pregunta se desprende de otra lectura, la de un texto de Freud, muy complejo, que antecede en una década al ensayo freudiano sobre la escisión del yo. Me refiero a El malestar en la cultura, escrito en 1929 y publicado en 1930. Treinta años después, en 1959-1960, Lacan da su séptimo Seminario, La ética del psicoanálisis. En su primera lección remite a la lectura de El malestar en la cultura y traza lo que él mismo llama “Nuestro programa”. Jacques-Alain Miller en el establecimiento del libro de este seminario, usa esta frase como título del primer capítulo.

Nuestro programa. ¿Qué programa? La pretensión de esta jornada es precisamente la de refutar las críticas que hoy recaen sin tregua sobre la práctica clínica del psicoanálisis –al que muchos pretenden perimido- desde el discernimiento de está cuestión central: ¿qué programa propone el psicoanálisis con su práctica? Lacan dice “nuestro programa” en el momento mismo que se dispone a dar un seminario sobre la ética del psicoanálisis. Hay en juego entonces un problema ético que atañe al psicoanálisis, a su práctica, a su clínica y que no es ajeno a la “cultura”. Vuelvo al alemán: Das Unbehagen in der Kultur, el malestar en la cultura. La opacidad de una voz escrita en otra lengua tiene la virtud de indicar que una palabra está sujeta a usos y contextos diversos, por tanto sus sentidos no son transparentes. Y exactamente eso pasa con la palabra “cultura”. “Civilización”, “acción de cultivo”, en su exacta traducción.

Jacques-Alain Miller en una conferencia sobre “La ética del psicoanálisis” que dio en Madrid en diciembre de 1988 expone los dos programas que Freud postula en El malestar en la cultura, haciendo una lectura comparada del texto de Freud con el libro 7 de Lacan. El programa del principio de placer (equivalente a lo que él denomina “el objetivo vital”) y el programa de la cultura. La cuestión que se plantea allí es si estos programas son o no equivalentes entre sí.

La palabra ‘programa’ –dice Miller- tiene un sentido informático: el hombre programado por el principio del placer para obtener la felicidad. Pero precisamente eso es lo que será puesto en cuestión. Freud dice: “Este programa ni siquiera es realizable, pues todo el universo se le opone…”3. Hay una “discordia inicial y fundamental entre el programa del principio del placer y el mundo”. La realización del programa de la cultura implica la no realización del programa del principio del placer. Freud concluye que “el precio del progreso cultural debe pagarse con el déficit de felicidad”. En este punto introduce la función de la culpa.4

Esta discordia fundamental es una versión de la Spaltung constitutiva del sujeto formulado por Lacan. En términos freudianos, el principio de placer falla ante las exigencias de la cultura, cuyo relevo lo tomará una parte del yo que se vuelve contra sí mismo en calidad de super-yo, “como una guarnición militar en la ciudad conquistada”. Es ésta la metáfora usada por Freud. La microscopía de ese proceso es compleja y no me detendré en ese aspecto de la cuestión. Sí me interesa postular una serie de versiones de esa escisión fundamental.

En primer lugar, el fracaso del principio del placer ante el progreso de la cultura. Frente a las fuentes de sufrimiento (provenientes del cuerpo, el mundo y la sociedad), el principio de placer se transforma en el “más modesto principio de realidad”. Los “quitapenas” (refiriéndose a la acción de los estupefacientes) o los “lenitivos” (como ha dicho Theodor Fontane -recuerda Freud- “no se puede prescindir de las muletas”), es decir la actividad científica, el arte con sus satisfacciones sustitutivas, los narcóticos y el cultivo de jardín también –como lo aconseja Voltaire-, son los poderosos recursos a los que algunos apelan para despojarse de las desgracias del mundo, “refugiándose en un propio mundo que ofrezca mejores condiciones para su sensibilidad” (Freud).

En el macrocosmos, la cultura misma también está escindida porque, por un lado, facilita la realización del principio del placer y por otro genera un movimiento inverso. Un ejemplo fue la emergencia de la ciencia (de la física matemática en el siglo XVII), es decir, la promesa de que la cultura científica realizaría el programa del principio de placer; y el viraje en sentido contrario que produjo su progresivo avance. En el siglo XX –comenta Miller en el texto citado- vemos que la ciencia ha permitido aumentar el número de muertos lo que no deja de ser un triunfo de “eficacia y rentabilidad”. Freud no emplea la idea de intención de muerte en relación a la cultura, no obstante sospecha su conexión con una intención mortal. Y si bien Freud coloca en un lugar relevante la función de Eros en relación a la cultura en tanto es lo que reúne, agrupa (Tánatos, dispersa), Miller, desde la lectura de Lacan, observa que el Eros freudiano no está bien ubicado en relación a otra diferencia que el propio Freud introduce en El malestar de la cultura entre la posición de la mujer y el varón, y al respecto pregunta, ¿por qué ubicar al Eros del mismo lado que la pulsión?

Hay, precisamente, otra versión de la Spaltung que es de interés destacar por su función estructurante en relación a las adicciones. Me refiero a la que produce la pulsión. Lacan sostiene en el Libro 11 de El Seminario que la noción de pulsión pone en tela de juicio la noción de satisfacción. “Puede decirse que el término Trieb, pulsión, significa un medio para la satisfacción”, sin embargo –dice Miller-, el objeto –uno de los términos de la pulsión- es llamado meta (das Ziel)”5.

Tenemos, entonces, dos términos objeto y satisfacción. ¿Cuál es la distinción radical entre ambos? Esta diferencia es de interés para nuestro tema: la satisfacción se mantiene a pesar del cambio de objeto (ej. los actos fallidos). Sigo aquí el planteo de Miller. En relación a la satisfacción hay dos caminos posibles: la renuncia y la transformación. En los dos casos no se reconoce el objeto en cuestión, contrariamente a lo que ocurre con el instinto animal cuyo objeto siempre se reconoce como necesario. Del lado del hombre, los objetos son intercambiables. Toda la problemática de las pulsiones en Freud –y esto es destacado por Lacan- es su plasticidad. En el caso de la renuncia, la pulsión no puede llegar a su objeto (por ejemplo, la interdicción del incesto) y no hay satisfacción. En la transformación no se reconoce el objeto, aunque paradójicamente se mantiene la satisfacción. Es el caso de la sublimación, es decir de la posibilidad de una satisfacción dentro de los valores de la cultura. Incluso es también el caso del síntoma, tal como Freud lo define en este libro: “una satisfacción de sustitución”; la satisfacción parece no anulable. A pesar de la renuncia a la pulsión hasta la anulación de la satisfacción, pareciera que ésta se reintroduce a través del síntoma. El goce es precisamente eso: la satisfacción de la pulsión en tanto que, a pesar de lo que parece, nunca puede anularse.

La adicción (lo enuncio simplemente, con la finalidad de introducir la cuestión como un paradigma de nuestro tiempo a seguir investigando) es un montaje que viene al lugar del síntoma, anulándolo. A la manera de un artefacto –enganchado o enchufado a objetos intercambiables, sustituibles unos por otros, sin dejar de lado la posibilidad de que también sea uno, no intercambiable- transforma la satisfacción en una acto de repetición compulsiva, no la anula, sino que la mantiene en una peculiar imbrincación con lo que Freud postula más allá de la regulación del principio del placer, la pulsión de muerte.

El goce lacaniano es la libido más la pulsión de muerte. Lacan reúne en un mismo término dos corrientes pulsionales contrarias. En este punto, podemos decir que phármacon también es un término que reúne dos corrientes contrarias (así lo observaron en el siglo XIX el farmacólogo Cullen, Moreau de Tours), remedio y veneno. La paradoja que encierran ambos términos –goce y phármacon- en la cultura post-kantiana (después de Kant y Sade y la ciencia newtoniana) es la posibilidad de volverse una exigencia absoluta (para decirlo rápido, del lado del super-yo, Kant o bien del lado de la fuerza liberada de la pulsión, Sade), equiparable a la exigencia acéfala de la pulsión.

Freud pregunta en El malestar en la cultura, siguiendo el sentido común: ¿qué persigue el hombre en su vida? ¿Cuál es su meta? No lo que debe ser, sino lo que es. Lacan, en su Seminario sobre la ética, ubica de modo ejemplar la respuesta de la ética kantiana: “tu debes”; es decir, ubica en ese discurso la emergencia de una exigencia absoluta vinculada directamente a la exigencia pulsional. La ética kantiana es la ética que responde a la física newtoniana, la cual da existencia a un mundo sin medida y donde lo absoluto es precisamente la pérdida de la medida. Esta es la Spaltung constitutiva del sujeto lacaniano: la dicotomía entre el placer que regula la medida y el goce que exige más sin medida.

A modo de hipótesis, diré que la adicción hoy se parece a un artefacto producido en el propio cuerpo, siempre en relación a un determinado circuito, que funciona bajo la orden de una exigencia fuera de toda medida.

Ahora bien, si definimos la clínica como una práctica ética, queda por discernir desde qué ética intervenimos en el campo de las adicciones. ¿Desde una ética del super-yo, como lo hace la ego-psychologie, a favor de una exigencia de adaptación a la cultura? ¿Desde la ética de la moral religiosa? O ¿desde la ética del psicoanálisis, que atiende la versión de cada sobre su relación al goce y al deseo?-

1 Freud, Sigmund: “La escisión del ‘Yo? en el proceso de defensa”. O. C., T. III. Biblioteca Nueva. Madrid, 1973, pág. 3375.

2 Ob. Cit., pág. 3375.

3 Freud, Sigmund: “El malestar en la cultura”. O. C., T. III. Biblioteca Nueva. Madrid, 1973, pág. 3025.

4 Jacques-Alain Miller: Introducción a la clínica lacaniana. Conferencias en España. ELP-RBA. Barcelona, 2006, pág. 153.

5 Ob. Cit., pág. 160.

 

 
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