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Kierkegaard, pseudónimos y protestantismo

por Carolina Caballero

El título anuncia lo que debemos tener en cuenta antes de adentrarnos en los escritos del filósofo y teólogo danés. Se trata del sentido de su obra pseudónima que está en íntima relación con su historia de vida; y la notoria influencia del reformador protestante Martín Lutero.

Sören Kierkegaard nació en Copenhague en 1813. Desde niño lo caracterizó una mente brillante e ingeniosa, así como también una extrema melancolía.. Si bien llevó una vida solitaria, se movía con facilidad en la alta sociedad, siendo un hombre muy reconocido incluso por el rey.

Su padre, de origen campesino, fue un hombre muy religioso y melancólico. Vivió una niñez y adolescencia llena de pobreza, tristeza y soledad; situación que lo llevó a maldecir a Dios. Una vez trasladado a la capital se convirtió en un comerciante prospero, de fortuna respetable y muy bien relacionado. Había contraído matrimonio con la criada, madre de sus hijos, en circunstancias poco claras. Sören creía que por causa de su padre, pesaba sobre la familia, la amenaza de un castigo divino.

En 1830 inicio los estudios universitarios en teología; época en la que prefería los trajes elegantes, la comida cara, las tabernas y el teatro; y en la que conoció a Regina Olsen, una joven burguesa.

En 1838 sufrió el fuerte impacto de la muerte de su padre. Se sintió obligado a cumplir el deseo paterno de ver a su hijo ingresar al seminario por lo que en dos años completó los estudios de teología, a la vez que escribió De los papeles de uno que aún está vivo.

Se comprometió con Regina, y tan pronto como recibió el sí a su propuesta decidió que no podía casarse con ella ya que su melancolía envenenaría el matrimonio. Pero como romper el compromiso desprestigiaría a la dama, simulo no haberlo tomado en serio, e interpretó un papel donjuanesco. Trece meses después Regina rompía el compromiso. Hecho éste que desencadenó su huída temporaria a Berlín y su intensa actividad como escritor. En dos años escribió O esto o lo otro, Temor y temblor, Repetición y tres series de Discursos edificantes que sonobras religiosas. De regreso a Copenhague recibió una noticia paralizante, Regina era la prometida de otro hombre. El nunca dejó de amarla. Durante los siguientes diez años su poder creador logro sus más esplendorosos triunfos literarios y filosóficos.

En 1845 fue objeto de ridículo por parte del diario satírico El Corsario contra el que lanzó un ácido ataque del que no salió airoso y se sintió un mártir. Decidió hacerse pastor y definir su existencia como “poeta” del cristianismo al no poder él mismo encarnar el ideal del cristiano. Ser poeta implica permanecer al margen de lo que se escribe. Escribió sus obras religiosas, más notables, Las obras del amor, Ejercitación del cristianismo y La enfermedad mortal. Pasó un año sin escribir hasta que en 1854 inició una fuerte discusión contra la iglesia. Había muerto el ministro Mynster, pastor y consejero de su padre, y de quien conocía y aborrecía la vida mundana, irreconciliable con la pobreza que predicaba Jesús. Durante el funeral fue descrito por Martensen como “testigo de la verdad”. Kierkegaard se sintió terriblemente ofendido cuando Martensen fue nombrado obispo y lanzo un mordaz y público ataque contra la Iglesia y la corrupción del cristianismo, que finalizó en un reducido periódico que él mismo publicó y llamó El Instante. Exhausto y sin fortuna falleció en 1855, a los 42 años.

Para entender lo que Kierkegaard tenía para decir es necesario conocer el sentido y la naturaleza de sus obras pseudónimas, que ocupan la mayor parte de su producción estética. Quien se ocupó de este análisis fue M. Holmes Hartshorne en su ensayo Kierkegaard, el divino burlador. Allí planteó la tesis de que no encontramos las ideas de Kierkegaard en las obras pseudónimas, que es lo que el mismo autor declaró y nadie tomó en cuenta. Hartshorne sugiere partir de los conceptos de estética e ironía. Para el término estética el diccionario danés incluye una acepción más que define la filosofía de vida de una persona según la cual valora, exclusivamente, todo aquello que pueda provocarle placer. Y ese es el concepto que Kierkegaard tenía sobre la persona estética, alguien guiado por la arbitrariedad, que vive para la persecución del placer, de lo mas conveniente para sí, y para evitar el aburrimiento.

Si bien la ironía es, desde siempre, un rasgo común al carácter de los daneses, kierkegaard fue un irónico muy sutil. Se ocupo del término en su tesis doctoral Concepto de ironía con referencia constante a Sócrates. Allí escribió “Si asumo que la persona con la que hablo comprende perfectamente el sentido de lo que yo he dicho, entonces paso a depender de lo que es dicho. Si, por otra parte, lo que se dice no es lo que pretendo decir, o es su opuesto quedo libre tanto en relación con los demás como conmigo mismo”.

Kierkegaard adoptó y perfeccionó el método socrático para conducir a alguien a la verdad. Convencido que el pueblo danés, llamado a sí mismo cristiano no lo era en absoluto, emprendió una serie de escritos para llevarlos a la verdad de que en realidad son filisteos, es decir que viven enajenados en sus propias vidas en la ilusión que son ellos quienes eligen libremente, ignorando que en realidad es el orden cultural y político en el que viven quien decide por ellos. Consideró que decir, desde el lugar de verdadero cristiano, a los otros que no los son, reforzaría su creencia y no los llevaría a la verdad. El único medio para llevar a la verdad a quien vive en una ilusión es el “engaño”. En él estriba el sentido de la obra pseudonima. Significa que no se debe empezar a hablar directamente de la materia que uno quiere comunicar (religión) sino empezar aceptando la ilusión del otro hombre como buena, para despertar su interés y asentimiento, para luego conducirlo gradualmente a descubrir que el punto de vista que había aceptado acriticamente y que rigió su vida, resultaba totalmente insostenible. Entonces, habló de estética simplemente para llegar a la religión.

Hartshorne tomó como texto paradigmático temor y temblor escrito bajo el pseudónimo Johannes de Silentio quien analiza las cuestiones de la fe como un hombre no cristiano. Admirado por el acto de fe de Abraham, quien obedeció al pedido de Dios de sacrificar a su hijo mas amado, Isaac; cuestiona exhaustivamente dicho acto, llevando al lector de un absurdo a otro. Concluye que el hombre de fe cree en virtud de un absurdo. En cambio la fe del creyente, no es fe en el absurdo sino en Dios. Como buen luterano Kierkegaard creía que la fe era un asunto relativo a la gracia de Dios, un regalo que aceptamos; y no producto de heroicidades espirituales, tal como la contempla Johannes. Pretendió demostrar irónicamente que la fe no es susceptible de una discusión intelectual, racional. También esperó que Regina leyera entre líneas su mensaje, que a pesar de haber sacrificado su matrimonio con ella la sigue amando.

Otro de los textos que analizó Hartshorne es O esto o lo otro donde el autor plasma dos de las tres actitudes fundamentales, propias de la vida. “A”, es el esteta de la obra, y justifica su modo de vida estético. Por el contrario el Juez William elige una vida ética, fundada en valores universales y absolutos que deben ser obedecidos más allá del propio interés, y que transforman a cada hombre en absoluto. El punto de partida y fundamental es el matrimonio. Para Kierkegaard, simplemente muestran la tensión en la que vivimos todos, entre el propio deseo y el deber, entre las inclinaciones estéticas y la complacencia moral. Vanamente pretendió que el lector despertara a esta verdad. Siguiendo a Lutero, aseguró que la única salida posible para la existencia humana es dar un “salto” al estadio religioso; convertirse en cristiano, tener fe en Dios para quien todo es posible. Nuevamente esperó que Regina leyera entre líneas y elija ella con que personaje identificarlo. Pensó que si en aquel momento hubiera tenido fe, se hubiera casado con Regina creyendo que Dios iba a hacer “posible” ese matrimonio.

En una época post racionalista e idealista, kierkegaard, luchó por el retorno a la esencia de la doctrina luterana. Lutero, en la época de tránsito de la Edad Media a la Modernidad, luchó por la vuelta a la esencia del cristianismo

Aliado en este combate a San Agustín, Lutero reafirmó la soberanía de la fe y de la gracia; y resalto, en oposición, la corrupción de la naturaleza humana y la centralidad del pecado. Luego de la caída el hombre ya no fue libre para hacer el bien, su naturaleza quedó dominada por el egocentrismo absoluto y por el ansia furiosa de sus propias satisfacciones. La justificación, y por tanto la salvación, sólo son posibles por la fe, ingenua y total, en Cristo. A su vez, todas ellas son un don, una gracia de Dios, y no se pueden alcanzar por las buenas obras y acciones. Frente a este pesimismo antropológico los humanistas protagonizaban el redescubrimiento renacentista de la naturaleza humana, conduciendo a una reconciliación con los instintos, la complacencia del cuerpo; tendencia a la inmanencia. También el cristianismo empezó a mostrar, a pesar de sus miserias, a la naturaleza humana como creación divina.

Lutero instauro una “sobre valoración” de la palabra al fijar la Sagrada Escritura como único referente de la revelación divina, la única autoridad a la que incluso el papa debía someterse. El creyente protestante, quedó así, en una relación directa con la divinidad, sin instancias mediadoras. Tal situación remitía a la centralidad de la conciencia, a potencializar la subjetividad. Cada hombre estaba solo ante Dios y su ley; solo para la interiorización de los criterios morales y creencias religiosas, sin poder desplazar sus responsabilidades. Si bien Lutero tenía aversión por la filosofía, por la intromisión de la razón en los asuntos de la fe, sentó las bases para la filosofía moderna.

El proceso secularizador iniciado por La Reforma es otro punto en común con la modernidad. El protestantismo se abre a una realización en el mundo.

Desde finales del siglo XVI hasta entrado el siglo XVIII la Reforma entró en una especie de esclerosis, representada por la ortodoxia y escolástica protestantes, desplazándose hacia el culto a la letra. Hubo que esperar hasta la ilustración, con los pietistas que rescataron la doctrina por considerarla un proyecto inacabado que debía ser proseguido; y restituyeron la potencia de la subjetividad.

 

Bibliografía

M. Holmes Hartshorne: “Kierkegaard, el divino burlador”, Traducción de Elisa Lucena Torés, Ed. Ediciones Cátedra S.A. (Madrid, 1992)

Arsenio Ginzo Fernandez: “Protestantismo y Filosofía”. La recepción de La Reforma en la filosofía alemana, Ed. Universidad Alcalá, Servicio de Publicaciones (España, 2000)

Mircea Eliade: “Historia de las creencias y las ideas religiosas”, Tomo III, Cáp. XXXVIII, Traducción de Jesús Valiente Malla, Ed. Paidós Orientalia (Barcelona 1999)

Juan Carlos García Borrón: “Historia de la filosofía”, Tomo I Pág. 423 – 437 Tomo II Pág. 588 – 600, Ed. Ediciones Serval (Barcelona 1998).

 

 
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