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El triunfo de la religión . Precedido de Discurso a los católicos

Buenos Aires. Paidós. 2005.


por Adriana Testa

El triunfo de la religión . Conferencia de prensa en el Centro Cultural Francés, el 29 de octubre de 1974. De reciente edición en francés (Seuil, 2005), por iniciativa de Jacques-Alain Miller, seguida por la edición castellana en nuestro medio. En un ágil reportaje de unas pocas páginas, Jacques Lacan contesta preguntas de gran actualidad en el contexto de París de principios de los años ’70: ciencia / religión / filosofía / psicoanálisis. En un París, que desde Roma (desde el alborotado Vaticano con nuevas encíclicas a la altura de los tiempos) había sido denunciado como “tierra a evangelizar”, mientras al unísono se exaltaba la posición de los países tercermundistas como lugar de esperanza y transformación del hombre moderno, el tono de Lacan es mordaz y al mismo tiempo serio, advertido, en sus argumentos sobre el psicoanálisis en relación a la religión.

La edición también incluye otro texto de Lacan, Discurso a los católicos, dos conferencias pronunciadas en Bruselas los días 8 y 9 de marzo de 1960, momento en que estaba dando en París el Seminario 7 sobre La ética del psicoanálisis. Los subtítulos que Lacan propone son: 1. Freud, en lo que se refiere a la moral, está a la altura de las circunstancias. 2. ¿El psicoanálisis es constitutivo de una ética a la medida de nuestro tiempo? El texto de estas dos intervenciones permite situar en el campo que funda Freud, los mismos temas sobre los que responderá catorce años después. No obstante, la distancia de más de una década, agudiza la mirada de Lacan sobre el horizonte de expectativas tanto en relación al psicoanálisis como a la presencia de la religión ante la expansión de la ciencia.

La animalidad no descansa

 

Discurso a los católicos

Frente a una audiencia de católicos, en la Universidad de Saint-Louis, Lacan expone las ideas sobre deseo, inconsciente, síntoma, moral, ciencia y religión con las que Freud define los límites de su propia invención. Y valiéndose de su lectura como un modo de legitimar una visión crítica sobre el propio campo del psicoanálisis, interpreta el carácter inaugural de la creación freudiana.

Someramente, pero sin descuidar la selección de temas (deseo / inconsciente / síntoma), que allí expone, apronta un juicio sobre la relación ciencia y fe:

Hay cierto descaro en la manera en que la ciencia se desembaraza de un campo cuya carga no se entiende por qué aliviaría tan fácilmente. Asimismo, desde hace algún tiempo y demasiado a menudo para mi gusto, la fe deja a la ciencia el cuidado de resolver los problemas cuando las preguntas se traducen en un sufrimiento algo difícil de maniobrar” (p. 32).

No deja de criticar al paso la derivación que los “eclesiásticos” hacen de sus “fieles” al psicoanálisis (eran éstos canales abiertos en los años ’60): “creo –dice- que lo hacen acentuando que se trata de enfermos que sin duda podrán hallar algún bien aunque sea en una fuente, digamos, mala.” (p. 32). Y concluye, por fuera de todo prejuicio acerca de lo útil: “sólo hay una cosa que produce dificultades, y es que, sean cuales fueren los beneficios de la utilidad y la extensión de su reino, esto no tiene estrictamente nada que ver con la moral, que consiste primordialmente –como Freud vió, articuló y nunca varió al respecto, a diferencia de muchos moralistas clásicos, incluso tradicionalistas, incluso socialistas- en la frustración de un goce, planteado como una ley aparentemente ávida. Freud pretende encontrar el origen de esta ley primordial …”. (p. 34).

Este hombre de moral honesta como dice de Richard Bernstein-sin duda Cicerón nos dará la pista sobre el término honestus- hizo girar su reflexión sobre la función, el papel y la figura del Nombre del Padre, así como toda su referencia ética, en torno de la tradición propiamente judeocristiana y su articulación con ella. Moisés y el monoteísmo (sobre el final de su vida), Tótem y tabú (en plena obra) son la prueba de su antigua inquietud: “es en primer lugar la Cosa de Freud (…) lo que se encuentra en las antípodas del deseo-intención” (p. 36). El mito del padre muerto que prohíbe el deseo con eficacia precisamente porque está muerto es lo que Freud propone al hombre moderno para quien Dios está muerto. “¿Por qué se adentra en esta paradoja? Para explicar que el deseo solo será por ello más amenazante, y la prohibición, entonces, más necesaria y más dura. Dios está muerto y ya nada está permitido.” (pp. 37 y 38).

La segunda conferencia vuelve sobre la tríada ciencia-ética-religión y la posición del psicoanálisis en relación con estos tres campos.

“El discurso de la ciencia [física] desenmascara que ya no queda nada de una estética trascendental por lo que se establecería un acuerdo, aunque estuviera perdido, entre nuestras intuiciones y el mundo. La realidad física se revela en lo sucesivo como impenetrable a toda analogía con cualquier tipo del hombre universal. Ella es plena y totalmente inhumana. (…)Conocemos lo que ocurre con la Tierra y el cielo, uno y otro están vacíos de Dios, y se trata de saber qué hacemos aparecer en las disyunciones que constituyen nuestras técnicas.” (p. 49)

“Técnicas humanas, quizás ustedes me corrijan”, por supuesto, cuyo grado de eficacia surge al mismo tiempo que la ciencia renuncia a todo antropomorfismo. El psicoanálisis es una de ellas. Y su planteo central apunta a lo real de la inadecuación sexual que hace caer la naturaleza como ordenador significante. Freud formuló expresamente que había sin duda en última instancia algo irremediablemente equivocado en la sexualidad humana. “Detectó los motivos de una degradación de la relación amorosa, que refirió primero al drama de Edipo, es decir, a un conflicto dramático que articula una división más profunda del sujeto, una Urverdrägung, una represión arcaica. (…) Ynunca tuvo –acota- la audacia de proponer una cura radical de este conflicto inscripto en la estructura” (p. 56).

Luego de una franca crítica a la idea de desarrollo de la libido a través de sus pasajes por los distintos orificios del cuerpo y a la correspondiente utilización ortopédica del análisis, apoyado en el dominio del yo, Lacan desgrana una serie de preguntas:

“¿Corresponde al psicoanalista reprimir la perversión profunda del deseo humano en el infierno de lo pregenital connotado de regresión afectiva? ¿Le corresponde regresar al olvido la verdad reconocida en el misterio antiguo, que Eros es un dios negro?

(p. 58).

Planteada la disparidad sexual entre el hombre y la mujer en la relación a “ese tercer objeto”, el falo, la castración, y el deseo que se modula en la metonimia de la cadena significante, formula otra pregunta: “¿Sólo he logrado introducir en su espíritu las cadenas de esta topología que pone en el centro de cada uno de nosotros este lugar abierto desde donde la nada nos interroga sobre nuestro sexo y nuestra existencia? “Este es el sitio donde tenemos que amar al prójimo como a nosotros mismos, porque en él este lugar es el mismo.” (p. 61). Así retoma el mandamiento evangélico con el que inició la conferencia “Amarás a tu prójimo” (El malestar en la cultura: “como a ti mismo”). No hay nada sorprendente en que no sea más que yo mismo lo que amo en mi semejante. Freud -interpreta- está más cerca de este mandamiento de lo que acepta.

 

El triunfo de la religión .

Los subtítulos que dividen el texto de la entrevista, agregados por Jacques-Alain Miller, destacan los temas principales allí tratados.

Un nuevo imposible, “sólo que la ciencia no tiene aún la menor idea”: la posición del científico, de la que Freud no habló porque para él era un tema tabú. La angustia de los científicos: la de los biólogos, en particular, los últimos en llegar al mundo de las ciencias físicas, hoy ríen mejor en su alianza con la neurología, entre otros ‘logos’. Sin embargo, Lacan advierte que la idea de bacterias resistentes desparramadas fuera del laboratorio sobre la faz de la tierra limpiando toda porquería, en particular la humana, provocó una crisis de responsabilidad y embargó cierto número de investigaciones.

“Quizá esta idea no sea tan mala - dice- quizá lo que hacen podría ser muy peligroso. No lo creo. La animalidad no descansa. No son las bacterias las que nos liberarán de todo eso.” (p.74).

Gobernar, educar y psicoanalizar. Otro imposible: el análisis que se ocupa especialmente de lo que no anda bien, de esa cosa que conviene llamar por su nombre, lo real. “Esta es la diferencia entre lo que anda y lo que no anda: lo que anda es el mundo, y lo real es lo que no anda.” (p. 76)

La advertencia fundamental de Lacan en el año ’74 es que “por poco que la ciencia ponga de su parte, lo real se extenderá, y la religión tendrá entonces muchos más motivos aún para apaciguar los corazones. La ciencia, que es lo nuevo, introducirá montones de cosas perturbadoras en la vida de cada uno. Sin embargo, la religión, sobre toda la verdadera [la romana], tiene recursos que ni siquiera podemos sospechar. Por ahora basta ver cómo bulle. (…) Se tomaron su tiempo, pero de pronto comprendieron cuáles eran sus posibilidades frente a la ciencia. (…) Y sobre sentido conocen bastante, ya que son capaces de dar sentido a cualquier cosa: un sentido a la vida humana, por ejemplo”. (p. 79).

Su conclusión es pragmática: “El psicoanálisis no triunfará sobre la religión (…) sobrevivirá o no”

En Elpsicoanálisis y los debates culturales. Ejemplos argentinos, Germán García, hace referencia al posfacio a la Presentación autobiográfica que Freud escribe en 1935, donde rectifica y define su posición frente a la Aufklärung en esa peculiar bisagra en la que se debate entre la ilustración y el romanticismo: “ ‘En el porvenir de una ilusión formulé un juicio negativo sobre la religión; más tarde hallé la fórmula que le hacía mejor justicia: su poder descansa, sí, en su contenido de verdad, pero esa verdad no es material, sino histórica’. A la racionalidad de la verdad material (referencial) -dice García- se la matiza con la verdad histórica convertida en realidad psíquica por las fantasías del deseo. En este punto Sigmund Freud vuelve a encontrarse con el Feuerbach de su juventud: la verdad de la religión es antropológica.” (p. 279)

El matiz tardío que Germán García encuentra es justo con respecto a la novedad que Freud introduce en el siglo XX. La antropología es una vía resolutiva de la filosofía moderna al dar lugar a un giro sin retorno: el hombre no es el fin de la creación, sino que ha de ser fin en sí mismo.

En el año ‘60, Lacan, psicoanalista, les advierte a los católicos que la fe deja a la ciencia el cuidado de resolver las preguntas cruciales que ella misma suscita. En el ‘74 constata: “la religión fue pensada para curar a los hombres, es decir, para que no se den cuenta de lo que no anda”. De eso precisamente es de lo que se ocupa el psicoanalista. No obstante, el psicoanálisis también tiene su deuda con el discurso de la ciencia. No surge en cualquier momento, sino en una cierta avanzada de éste. Y sobre su campo se precipita el sujeto que dicho discurso desconoce. En esta encrucijada que Lacan mismo plantea, se abre la alternativa: ¿religión o psicoanálisis? La posición de Lacan es serena: por un lado sostiene que el psicoanálisis no detenta ninguna clave del futuro, y por otro desde un campo propio, que ha ceñido cada vez más a esta altura de su enseñanza, se remite al estatuto del síntoma, a ese real que no anda.

“No es necesario dramatizar demasiado. Debemos acostumbrarnos a lo real. El síntoma no es aún verdaderamente lo real. Es la manifestación de lo real en nuestro nivel de seres vivos. Como seres vivos, estamos carcomidos, mordidos por el síntoma. Estamos enfermos, eso es todo. El ser hablante, [el parlêtre ] es un animal enfermo. ‘Al principio era el verbo’ (según el evangelio de San Juan) dice lo mismo.” (p. 92). El Verbo, hay que decirlo, los hace gozar. ¿Para qué vuelven (al analista) si no fuera para disfrutar una porción del Verbo?

Ahora bien, el camino científico, el de las pequeñas ecuaciones, es el único por el que se puede acceder al verdadero real, que es justamente el que nos falta por completo. Estamos separados de él. Lacan es certero en su creencia: hay algo que nunca llegaremos a dominar: “la relación entre esos parlêtres que sexuamos como varón y esos parlêtres que sexuamos como mujer. Aquí se pierden radicalmente los estribos. Esto es incluso lo que especifica eso que solemos llamar ser humano.” (p. 92 y 93).

“La animalidad no descansa” es una idea que confirma el delgado límite que separa al hombre, en su condición de parlêtre , de ese que animal, que lo es un poco menos porque enferma por obra y gracia del habla.

De resultas, ¿es ésta una posición atea? ¿La palabra, su uso, habita el alma en el cuerpo? ¿O lo vacía, horadando un vacío intangible, ajeno al sentido? La experiencia de un análisis hace posible constatar ese vacío, por la vía del amor que hacer condescender el goce al deseo del Otro, y hacer de él un agujero por donde salir de un modo diferente al que se entró. Sin duda, al precio de estrechar ese otro vacío que producen dos manos que se cruzan cada vez en un saludo.

Bernstein, Richard. El mal radical. Una indagación filosófica. Bs. As., Ed. Lilmod, 2005

García, Germán. Elpsicoanálisis y los debates culturales. Ejemplos argentinos. Bs. As., Paidós, 2005.

Cf. en la sección “Respuestas” de El murciélago 14: “Reflexiones sobre Hans Blumenberg, lector de Kant”. José Luis Villacañas Berlanga. Universidad de Murcia.

Notas

1. Bernstein, Richard. El mal radical. Una indagación filosófica. Bs. As., Ed. Lilmod, 2005
2. García, Germán. Elpsicoanálisis y los debates culturales. Ejemplos argentinos. Bs. As., Paidós, 2005.
3.Cf. en la sección “Respuestas” de El murciélago 14: “Reflexiones sobre Hans Blumenberg, lector de Kant”. José Luis Villacañas Berlanga. Universidad de Murcia.

 

 
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