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Carlos Correas: un escritor prolífico y maldito

por Liliana Goya

Pareció que sus ojos verdes y castaños se empañaban y que algunas
                                                lágrimas rodarían sobre las mejillas. El pelo negro profundo caía sobre
desnudos; se lo tocó como si acariciara su duelo.

                                                                                                               “Madre, Vivi y Miguel”. C.Correas



  Para quienes participamos del Curso Breve de Carlos Correas en el Centro Descartes El deseo en Hegel y en Sartre (1999), tuvimos el agrado de conocerlo personalmente y charlar acerca de su saber y su gusto por Hegel y sobre todo por Sartre: en esas clases era notorio su énfasis en la corporeidad como elemento esencial para poder acceder al deseo, el begierde alemán en Hegel, cuyas traducciones situaba por un lado como “apetencia” para Roses -creo que era la que consideraba más acertada- y “deseo” en la traducción de Hyppolitte. El otro para Sartre es ése con el cual me relaciono: “A partir de un primer estado de facticidad o de inmanencia, yo me trasciendo hacia un objeto que deseo. El deseo no es deseo de satisfacción sino un modo de tomar conciencia del otro como ser sexuado.”  

    En el prólogo que escribe Germán García a la publicación del Curso aludido, narra el contexto de su encuentro con Correas. Menciona muchos de sus libros que lo sorprendieron, especialmente La operación Masotta -cuya edición García promueve en la editorial Catálogos-. Esa biografía que es un ajuste de cuentas con el amigo, ese otro en él mismo, la misma figura que Masotta describe en “Roberto Arlt, yo mismo”, Correas lo da a entender en esa carta transcripta-que iba a ser un alejamiento que afortunadamente no fue-, del propio Masotta a su entrañable amigo. Borracheras, burlas, sexo y pasiones existenciales formaban parte del entorno de los años ’50, lecturas filosóficas mediante. Esa biografía de Masotta, pero que a la vez es la suya propia.

   Prologando el escrito de Kant Cómo orientarse en el pensamiento, -que es apenas menos extenso que el texto mismo, como afirma García-, Correas dice: “(…) en toda creencia se contiene una decisión que el sujeto toma acerca de la verdad de un juicio, se refiera éste al prójimo, a un acontecimiento o a Dios; la razón está doquiera en mí y en el mundo: como criterio de verdad, de licitud y de legitimidad, como práctica, como origen del valor y del deber, como modo de ser y de conocer, como inhibida o negada, como estructura de la fe, como situada por la afectividad, como exigencia, como objeto de una corrupción criminal, como condición humana a la que se teme y de la que se huye.” En una nota al pie aclara algo fundamental: “Según la lógica kantiana el conocimiento se diferencia del saber: aquél es verdadero en tanto propiedad objetiva del juicio; el saber en cambio, es un modo de la relación del sujeto con el juicio, un tener por verdadero fundamentos que para el sujeto son objetivos, o sea no sólo válidos para él.” Y tal como es posible deducir, la exigencia de un ser supremo en el racionalismo kantiano vuelve sobre la hipótesis cartesiana de la exigencia de Dios, es decir de su existencia como causa primera. Paradoja de la razón kantiana: en la lógica pura de la razón llegar al extremo de postular la necesariedad de Dios como causa de lo existente en tanto el fundamento último de la razón es lo moral, que a su vez es posible por la libertad.

    En el prólogo a Cartas del noviazgo, de Kierkegaard, encontramos a mi gusto al mejor Correas ensayista. Escribe: “(…) advertimos que Regina misma es la ocasión de su mito, y si entendemos que ese “Regina misma” es la singularidad de Regina amada por Kierkegaard: mitificar es un trabajo de la afectividad. Y sobrecogerse, apasionarse, respetar, odiar…., amar a otro son modos de descubrir su singularidad, y así la singularidad como tal. (…) especial construcción de un nuevo objeto que remite a un sujeto que es tarea de sí mismo y acontecimiento -Regina es lo que le pasa a Kierkegaard; un nuevo objeto como retrato mítico, cuyo correspondiente “saber” pertenece al registro de la contemplación estética de la verdad de la existencia como interioridad. (…) Comprendemos también cómo la temporalización del presente hacia el pasado contribuye al despliegue de la dimensión mítica: el mito no es sólo la búsqueda del tiempo perdido; es también el experimentar -y el hacer experimentar- en el presente la virulencia esencial de lo pasado; es hacer que el acontecimiento pretérito vuelva a darse en la fuerza de su acontecer, que lo pasado vuelva a pasar; y aquí es secundario que ese acontecimiento haya sido real o imaginario. Pero, como por otra parte el recuerdo es esencialmente pasivo, pues apunta al acontecimiento como habiendo sido, recordar el presente en su presencia es vivirlo no en el movimiento hacia el futuro, sino en la quietud de la melancolía. (…) hay en Kierkegaard la reflexión sobre el instante como siendo igualmente proyección hacia el futuro: es la “repetición”, no ya como reiteración de lo pasado sino como recuperación hacia adelante, como la posible apropiación nueva de lo ya acontecido; repetir es precisamente ir adonde está el auténtico futuro, el futuro que nosotros constituimos en la anticipación de nuestras necesidades.” [Subrayado del autor] Como vemos, tenemos aquí una de las razones que hacen que Lacan tome ese texto kierkegaardiano La repetición para ejemplificar lo ya acontecido pero también lo nuevo de la repetición freudiana.  

   Cito algunas palabras del autor danés: “…Pero qué rápido es el pensamiento cuando, tal como la flecha disparada por el arco tendido, se abalanzó con toda la fuerza del alma al recuerdo, cuando un deseo nostálgico es la cuerda del arco, cuando una gozosa certeza es el brazo que la estira, cuando una esperanza inalterable es el ojo que ajusta el tiro.” (Carta 1). “…tú sabes que la tristeza es una nostalgia del cielo y que todo lo que hay de bueno en el hombre es hijo del dolor; entonces, sábelo: tú salvas mi alma del purgatorio.” Lo notable también de esta historia es que Kierkegaard abandona a Regina para conservar así de mejor modo a su Dama en el mito; especie de amor cortés en la que el amigo Emil/sí mismo tiene también su función de terceridad. Pérdida/abandono elegida que volverá a repetirse en Diario un seductor, escrito varios años después. Entre la ética y la estética Kierkegaard elige la estética, o sea la literatura, y para ello debe abandonar la pasión real.

   En el prólogo a Carta al padre Correas refiere: “De este anacronismo [aludiendo a los reclamos de un hijo a un padre] conozco quizás un último eco: la ingenua -aunque no sin alevosidad- porfía con que Oscar Masotta, en 1953 o en 1954, le daba a su padre, empleado bancario, la Carta al padre de Kafka. (…) Es sabido (o casi) que el padre de Kafka no leyó la carta, entiendo que el padre de Oscar no pasó de las dos primeras líneas y dejó el texto para seguir aún más exacerbado contra el hijo.” En relación al texto kafkiano dirá: “Exquisita requisitoria que un hombre de 36 años, de matizadísima espiritualidad y humor, le dirige a su padre, un hombre de 67 años, despótico, palurdo, fatuo y triste. En nuestra época, por el contrario [escribe en 1987], arrasados o devaluados los reinos y los imperios, finalmente inútiles o superfluas cualesquiera cortesías, la brutalidad se extiende necesaria e indefinidamente: no se podría reproducir la intención kafkiana -no del todo exenta de malignidad- de dirigirse por escrito al propio padre para discriminar culpa y méritos, y con rigor, cavilación formalista, y la sutileza de lo pequeño. Hoy, en estas rudas o flojas democracias del Centro o del Oeste -a la defensiva del enemigo externo o de la disolución interna que las corroe-, al padre se lo asesina, brusca o largamente, a la madre se la explota, y a la cónyuge se la abandona. El que muchos o la mayoría de los hombres no hagan esto no prueba que no sea, justo, lo que deben hacer.” Descripción, provocación, así escribe Correas. En relación a La colonia penitenciaria, -relato kafkiano breve pero donde captamos la dimensión del horror en su máxima potencia-, se pregunta: “¿Cómo es posible un mundo en el que el pavor es una necesidad del hombre respecto del hombre? O ¿Cómo es posible un mundo en el que la institucionalización del horror es una exigencia para sobrellevarlo?”

   Kafka le escribe a su padre: “Desde tu sillón gobernabas el mundo. (…) Más acertada era tu antipatía contra mi escribir y contra todo lo que, desconocido para tí, se relacionaba con ello. En ese aspecto realmente por mí mismo me había alejado de tí, aún cuando el caso recuerde al gusano que pisado en su parte trasera se arranca con su parte delantera y se arrastra hacia un costado. (…) Mis escritos trataban de tí; dejaba en ellos los lamentos que no podía dejar en tu pecho.” En forma inmediata, en libre asociación, acudieron a mi mente las escenas del film danés Kharacter (1997), del realizador Mike Van Diem, impresionante representación de lo que implica la figura paterna.

   Finalmente, la recopilación Un trabajo en San Roque, (publicado póstumamente en 2005) en el relato que da título al libro, un profesor se traslada a un pueblo alejado de Buenos Aires. Habla de un Oscar [Masotta] a otro Oscar [Rearte]. menciona La muerte y la brújula, de Borges, a un alumnado inexpresivo, que sólo acude a ver al profesor capitalino por curiosidad. Como afirma Rinesi en su prólogo “los personajes de Correas no padecen el mundo sino que se hunden en él, eligen zozobrar en esa realidad fangosa y turbia, nauseabunda, que es el mundo, degradarse (trabajarse a sí mismos en esa estricta y cabal degradación) en el fracaso, la soledad, la desdicha, la humillación, el asco… (…) esa degradación no es en Correas un accidente ni una fatalidad ni una desgracia, sino -para usar una palabra que le era cara- una conquista. Conquista que es también y por lo mismo, la de una radical negatividad respecto del mundo.” [Subrayado de Rinesi] En ese relato los guiños a la historia argentina, sobre todo los antecedentes ideológicos que fueron los de Correas, sufren el mismo patetismo cómico que sus personajes: María Eva, Juana Dominga, asimismo Félix Chaneton (personaje ya conocido de un relato anterior). Oscar Rearte, un director de bachillerato, es también vocero de las burlas a Kant, Hegel y por supuesto los escritores de las pampas (Bullrich, Sábato, Verbitsky, Barletta): no queda títere con cabeza.

    “El relato de la historia”, texto censurado en 1959, donde un hombre mayor corrompe la candidez de un joven que conoce en Constitución, lleva al límite las características de los personajes sórdidos y cínicos de Correas: “O podrías trabajar únicamente vos. Yo te acompañaría todos los días al trabajo, que es adonde uno va siempre tan solo. Luego te esperaría en casa, te lavaría la ropa, te haría la comida -dijo Ernesto en tono burlón-. Y nos acostaríamos sólo cuando vos quisieras; es decir, nunca. Porque yo te desearía constantemente. Además, seríamos una pareja, como hay tantas. Y una pareja es algo fuerte, amenazante, que hace sentirse débiles a los que están solos. Vos pondrías tu naturalidad, tu violencia y tu inconsciencia sana de chico proletario y yo mi refinamiento, mi cultura y mi cinismo. Vos serías el bárbaro conquistador que finalmente termina vencido y conquistado, como dice la historia.”

 

Liliana Goya julio 2022

 

 

 
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