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La invención del analista
o la suspensión del buen gusto

por Germán García

 

I

Este tema surgió de una conferencia de Jacques-Alain Miller. Del asombro de encontrar, entreverado con los temas más familiares del psicoanálisis, la temática del genio y del gusto.

Fue en Santiago de Compostela, el 24 de febrero de 1984. Miller habló en castellano, la conferencia se llamaba “Genio del psicoanálisis” y, dos años después, se publicó en El analiticón N°1 (Barcelona, 1986).

Cuando escuché la conferencia no presté atención a una afirmación que, en la lectura posterior, resultó reveladora: “La invención de Freud es precisamente la del analista como representante de ese Otro”. Subrayé: l a invención de Freud es la del analista.

Parece evidente, una vez que alguien lo dice. Pero las consecuencias de subrayar la invención del analista, ocurrida en un momento de la historia, focaliza de otra manera la especulación analítica. Por ejemplo, Lancelot Law Whyte puede encontrar el inconsciente antes de Freud en los místicos, los platónicos cristianos, San Pablo, etcétera. Es decir, en los antecedentes de lo que Descartes estilizaría en su dualismo. Pero la transformación de un Mesmer, después de las aventuras de la hipnosis y las curas eléctricas, en un analista constituido por unas reglas que lo sujetan a un lugar, es algo específico.

La invención (el tema, el asunto) del analista conduce a lo que el analista inventa como explicación de los efectos que produce.

Levi-Strauss, en su conocido artículo “La eficacia de lo simbólico” reitera la invitación al comparar el psicoanálisis con lo que hacen los chamanes y los hechiceros, para comprender “el mecanismo de su eficacia”.

Pero resulta que los hechiceros y chamanes no hacen lo mismo que el analista inventado por Freud, ni tampoco inventan las mismas cosas para hacer lo que hacen.

El hecho de que Levi-Strauss piense que existe un aire de familia, para invocar a Wittgenstein, crea una red con una trama demasiado amplia para pescar en ella las diferencias: qué es lo que se pierde al pasar de un juego a otro, qué es lo que permanece y qué es lo que se incorpora.

Freud por una parte inventa una regla que suspende el buen gusto —lo que no implica que pueda sustraerse a la ley del agrado— y, por otra parte, introduce una doble restricción para el analista: neutralización de sus pensamientos y exclusión del contacto sexual. De esta manera el analista, como dirá Jacques Lacan, ”forma parte del concepto de inconsciente porque es su destinatario”. Su callarse se vuelve símil del silencio pulsional, su presencia vela ese otro lugar.

 

II

Leo un párrafo de una clase de Jacques Lacan dictada el ocho de marzo de 1972: “Consistía en someterme a examen, es decir, precisamente al standard de la gente que no quería oír nada del discurso analítico, aún cuando ocuparan la posición fundamental. ¿Qué querían que hiciera? Desde el momento en que no me sometía a ese examen estaba, por supuesto, condenado por anticipado, lo que naturalmente hacía mucho más fácil cortarme la voz. Porque una voz, existe (...) Tengo de todos modos una voz de la que nacieron los Cahiers pour l’Analyse, que es una muy fina literatura, se las recomiendo decididamente, porque estaba tan enteramente ocupado de mi voz, que esos Cahiers pour l’Analyse —voy a decirles todo, no puedo hacer todo; no puedo leer el Parménides, releer la Fenomenología... y otros asuntos y después leer los Cahiers pour l’Analyse, tenía que curarme en salud, lo he hecho ahora, lo he hecho de cabo a rabo— son formidables. Es formidable, pero es marginal porque no está hecho por psicoanalistas. Durante ese tiempo los psicoanalistas charlaban: no se habló nunca tanto de la transgresión en torno a mí...”.

Los psicoanalistas charlaban y lo que resulta formidable quedaba al margen. Como sabemos, esa marginalidad se convirtió en extimidad.

 

III

El 25 de noviembre de 1928, en una carta a Oskar Pfister, Freud desliza una revelación: “No sé si ha adivinado usted la relación oculta entre Análisis laico y El porvenir de una ilusión. En el primero quiero proteger al análisis frente a los médicos, y en el otro frente a los sacerdotes. Quisiera entregarlo a un grupo profesional que no existe aún, al de pastores de almas ‘profanos’ que no necesitan ser médicos y no deben ser sacerdotes”.

Frente a los argumentos de su interlocutor —recordemos que se trata de un pastor— Freud abunda en la siguiente carta: “Reconozco que mi observación de que los psicoanalistas de mi fantasía del futuro no deben ser sacerdotes no suena muy tolerante. Pero considere que hablé de un futuro lejano. En la actualidad me parecen bien también los médicos, ¿por qué no los sacerdotes? (16/2/1929).

Casi veinte años antes, con el pretexto del psicoanálisis “silvestre”, Freud propuso la creación de la Asociación Psicoanalítica Internacional, que sustrajo la formación de los analistas del ámbito de las facultades.

Al enfrentar desde este nuevo ámbito tanto a la Facultad de Medicina como a la de Teología, ¿no seguía el camino abierto por Kant en su célebre escrito llamado El conflicto de las Facultades? Al menos, cualquiera sea la respuesta, tendremos la ocasión de reflexionar sobre la posición de Freud cuando expone a Sandor Ferenczi la “relación” entre psicoanálisis y Universidad. En 1918 se realiza en Budapest el 5to. Congreso Psicoanalítico Internacional, en un momento en que los estudiantes húngaros procuraban incluir el psicoanálisis en el plan de estudio de Medicina. Poco tiempo después, en marzo de 1919, cuando los bolcheviques asumieron el gobierno de Hungría, Ferenczi es nombrado profesor de psicoanálisis en la Universidad. Así las cosas, Freud responde: “Es indudable que la incorporación del psicoanálisis a la enseñanza universitaria significaría una satisfacción moral para todo psicoanalista, pero no es menos evidente que este puede, por su parte, prescindir de la Universidad sin menoscabo alguno para su formación. En efecto, la orientación teórica que le es imprescindible la obtiene mediante el estudio de la bibliografía respectiva y, más concretamente, en las sesiones científicas de las asociaciones psicoanalíticas, así como por el contacto personal con los miembros más antiguos y experimentados de esta” ( 0. C., Tomo XVII, pág. 169, Ed. Amorrortu).

Después de esta afirmación Freud dirá que la universidad es la que debe estudiar qué hacer con el psicoanálisis en su ámbito, de qué manera incluirlo en el conjunto de su enseñanza. No basta, dirá, con una “cátedra de psicología médica”. Y una cátedra de psicoanálisis supone aceptar que ‘el psicoanálisis constituye el término y la culminación de toda psicoterapia”.

Tampoco se trata de la psiquiatría, sino de tener en cuenta lo que el psicoanálisis resuelve de las dificultades de ésta.

“La enseñanza del psicoanálisis —dice Freud— habría de desarrollarse en dos etapas: un curso elemental, destinado a todos los estudiantes de medicina, y un ciclo de conferencias especializadas, para médicos psiquiatras”. Delimitado este ámbito, Freud pasa a explicar cómo debería formarse
—por una exigencia del método— ese analista que no necesita ser médico y que no debe ser sacerdote: “Ninguno de los que por vocación llegan a la cirugía podrá eludir, para su formación ulterior, el trabajar durante varios años en un instituto de especialidad ”. ¿Qué propone este “instituto”? Una conexión con la resolución de problemas artísticos, filosóficos o religiosos; así como aportar desde el psicoanálisis revelaciones de importancia para la historia de la literatura, la mitología, la historia de las culturas y la filosofía de las religiones: “Por consiguiente, dicho curso general habría de ser accesible asimismo a los estudiantes de tales ramas de la ciencia. Es evidente que la estimulación de estas últimas por las ideas más analíticas contribuirá a crear, en el sentido de la universitas literarum, una unión más estrecha entre la ciencia médica y las ramas de saber que corresponde al ámbito de la filosofía”,

Eso es lo que Freud le propone a la Universidad: un “instituto” que formaría a quienes serán practicantes del psicoanálisis y, dentro del ámbito universitario, una apertura de la medicina a lo que —en términos de Kant— llamaríamos una antropología.

Vale la pena citar, en extenso, el dibujo que Freud realiza: “En síntesis, cabe afirmar que la universidad únicamente puede beneficiarse con la asimilación del psicoanálisis en sus planes de estudio .

Naturalmente, su enseñanza sólo podrá tener carácter dogmático-crítico, por medio de clases teóricas, pues nunca, o sólo en casos muy especiales, ofrecerá la oportunidad de realizar experimentos o demostraciones prácticas. A los fines de la investigación que debe llevar a cabo el docente de psicoanálisis, bastará con disponer de un consultorio externo que provea el material necesario, en la forma de los enfermos denominados “nerviosos”, mientras que para cumplir la función asistencial de la psiquiatría deberá contarse además con un servicio de internación” (Ídem, pág. 171).

Freud introduce un “conflicto” de Facultades al proponer un nuevo diseño para la carrera de medicina, que al ser relacionada con otras, en función del psicoanálisis, subvertiría al conjunto. Pero, además, introduce un ámbito exterior (Instituto) para la enseñanza y anexa, para la práctica, dos ámbitos; consultorio externo y servicio de internación.

Basta saber algo de la historia del Institut de France, de las funciones de las Academias, para relativizar la ‘novedad’ propuesta por Freud. Dicho en términos de Jacques Lacan: la relación que la universidad mantiene con el discurso dominante no es la “única posible”, puesto que existen otros ámbitos de enseñanza y de formación donde la circulación del saber se establece de diversas maneras.

Es esta diversidad la que el escrito de Kant, El conflicto de las Facultades, pone de manifiesto a propósito de la contienda entre las facultades de filosofía y teología. ¿No es algo que Freud retoma, cuando excluye a la teología en la figura del sacerdote?

En efecto, El porvenir de una ilusión tiene un aire ilustrado que dialoga con Kant.

 

IV


El 24 de enero de 1968 Jacques Lacan dice en su seminario: ‘no formamos parte del plan de prestaciones de servicios universitarios; no puedo darles nada a cambio de su presencia. Lo que les divierte es que ustedes sienten que, justamente, algo pasa (...) Es ya un pequeño comienzo para la dimensión del acto”.

Es, justamente, esta dimensión del acto que no puede regularse por un programa. Sin embargo, un programa es el marco de la realización del acto. Pero ese programa es la articulación de un deseo. Como dice Paul Valéry: “Ce qui est le meilleur dans le nouveau est ce qui répond à un désir ancien”. En la enseñanza se trata de eso, de una novedad que realiza un deseo antiguo: es lo que Jacques Lacan llamó “retorno a Freud”.

El psicoanálisis, en su corta historia, se alojó en otras disciplinas (medicina, psicología, psiquiatría). Su autonomía académica no parece haber sido deseada por Sigmund Freud. Universidad sí, pero también el secreto de su vitalidad es la posibilidad de localizar su extimidad en relación con la ciencia y con la cultura.

Es a partir de esta “situación de excepción” que Jacques Lacan propone una Escuela, pero también impulsa la creación de la Sección Clínica en el ámbito universitario. Por otra parte, su enseñanza se refugia en diversas instituciones, incluso cuando ya existe la Escuela que había fundado.

En la actualidad lo que difunde la Universidad está “limitado” por la nominación propuesta por la Escuela y por la enseñanza que difunde este nudo: Universidad/Instituto/Escuela. Sin olvidar la “base” que forman las Bibliotecas, capaces de difundir lo que los “programas’ oficiales excluyen.

El nuevo “conflicto de las facultades” no se reduce, como suponen algunos, al “carisma” de Jacques Lacan. Recordemos que carisma “deriva del griego charis, que privilegia cualidades de gracia, esplendor, encanto, sobre la base de una relación última de la palabra con la luz y la luminosidad, cualidades presentadas a menudo como dones de los dioses a los hombres” (Véase el trabajo de Luciano Cavalli). El carisma, tal como se difundió a partir de los trabajos de Max Weber, fue desplazado del sujeto al objeto por la noción de agalma (objeto precioso, digamos) que Jacques Lacan rescata para el psicoanálisis, del campo de los estudios sobre el concepto a partir del valor en Grecia.

Agalma que no emana de un sujeto, sino de la manera en que puede hacerse objeto a partir de un discurso.

El valor agalmático de Jesús es el sacrificio. ¿Cuál era el que difundía el discurso, la enseñanza, de Jacques Lacan? El sujeto (supuesto) saber —si entendemos al “supuesto” como sostenido por el objeto— ordena una serie de respuestas. Ese valor añadido por el objeto, añadido al discurso de cualquier enseñanza, no es calculable en términos de Facultades (tampoco de facultades “mentales”, de las que también se ocupa Kant y sobre las que volvió G. Deleuze).

Se entiende entonces que el acto contingente de Freud en 1910, reafirmado más de una vez, conduce a la subversión institucional propuesta por Jacques lacan.

Pero Jacques Lacan ha muerto hace dos décadas. Ahora somos nosotros los que transportamos ese “conflicto”. En un libro que contiene parte de la enseñanza de Jacques-Alain Miller en Brasil –llamado Lacan elucidado- se encuentra una extensa y detallada exposición sobre los desafíos que plantea una Escuela (no la Escuela de Lacan, que él disolvió) que existe por y para los que prosiguen.

 

 
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