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El discurso de Viena, la reconquista del campo freudiano

por Adriana Testa

Reconquista

Viena, noviembre de 1955, lugar y fecha de la conferencia de Jacques Lacan a la que me referiré. En mayo de ese mismo año, se firmó en esa ciudad el tratado de paz por iniciativa del canciller Julius Raab con el acuerdo de las potencias ocupantes (Unión Soviética, EE.UU., Francia e Inglaterra). Se lo llamó “tratado de estado”. Se consideró a Austria como víctima del nazismo y se declaró nulo el Anschluss (la conexión) con Alemania. De acuerdo con este tratado Austria pasó a ser un Estado soberano, independiente y democrático. En los meses de julio y octubre las últimas tropas extranjeras abandonaron el país. El 5 de noviembre de 1955 el parlamento aprobó por ley la neutralidad del país. Ese mismo día el teatro Ópera Estatal de Viena (Staatsoper), destruido en gran parte durante un bombardeo en marzo de 1945, se reabrió con la representación de la ópera de Beethoven Fidelio dirigida por Karl Böhn.
Valgan estos datos históricos para dar con el color del contexto en el que Jacques Lacan dio su conferencia en la clínica neuro-psiquiátrica, dos días después, el 7 de noviembre.
“La cosa freudiana o sentido del retorno a Freud en psicoanálisis” comienza con un homenaje al festival operístico que acompañó la reapertura del Teatro. A Fidelio siguió don Giovanni, Aida y muchas otras.
“En estos días [dice] en que Viena por hacerse escuchar de nuevo por la voz de la Ópera, reanuda en una variante patética lo que fue su misión de siempre en un punto de convergencia cultural del que ella supo hacer el concierto, me parece que no está desplazado evocar la elección por la cual permanecerá ligada … a una revolución del conocimiento a la medida del nombre de Copérnico: entiéndase el lugar eterno del descubrimiento de Freud, si puede decirse que gracias a él el centro verdadero del ser humano no está ya en el mismo lugar que le asignaba toda una tradición humanista” (pág. 384).
En esa Viena herida pero pacificada, agonizante y al mismo tiempo exultante, Jacques Lacan postula una vez más, en el inicio de su enseñanza, el retorno a Freud: “El sentido de un retorno a Freud es un retorno al sentido de Freud”. Ese es el modo de emplazar nuevamente el campo del psicoanálisis bajo la divisa de Freud, en lo que fue el corazón cultural de la Europa continental, haciendo resonar la lengua alemana de la obra inaugural, después de la dolorosa diáspora que llevó a muchos de sus seguidores a Estados Unidos y a él mismo a Londres. La vertiente crítica hacia la producción del psicoanálisis de la América del Norte, en lengua inglesa, es sostenida en esta conferencia con el mismo tono de las otras intervenciones y escritos de la época. Vale Detenerse en su argumento: En el punto donde la historia pierde su hilo encuentra su límite en un “horizonte demasiado corto”. Y es negada [agrega] en una voluntad categórica que da su estilo a las empresas: “el antihistorismo de cultura propio de los Estados Unidos de Norteamérica”. La interpretación no se hace esperar: es el precio de la asimilación cultural.
¿Qué efectos produjo esta asimilación? Impiadoso sobre el filo de su épica, dice: “La tentación no sólo se pagó con facilidad y beneficio”. Sin duda las consecuencias tocaron la función sometida a la demanda: “reducir su función a su diferencia es ceder a un espejismo interno a la función”, es decir [explica Lacan] “es regresar al principio reaccionario que recubre la dualidad del que sufre y el que cura, con la oposición del que sabe con el que ignora (…) ¿cómo no deslizarse desde ahí [pregunta] hasta convertirse en los managers de las almas en un contexto social que requiere su oficio? El más corrupto de los conforts es el confort intelectual, del mismo modo que la peor corrupción es la del mejor.
Por el contrario, su política con la audiencia vienesa es reconciliadora: “No se trata para nosotros [ese nosotros es la Sociedad Francesa de Psicoanálisis (SFP)] de un retorno de la reprimido, sino de apoyarnos en la antítesis que constituye la fase recorrida desde la muerte de Freud en el movimiento psicoanalítico , para demostrar lo que el psicoanálisis no es , y buscar junto con ustedes el medio de poner en vigor lo que no ha dejado nunca de sostenerlo en su desviación misma, a saber el sentido primero que preservaba en él por su sola presencia y que se trata aquí de explicar.
“¿Cómo podría faltarnos ese sentido cuando nos está atestiguado en la obra más clara [¿resuena aquí el título de un libro citado en esta casa?] y más orgánica que existe? ¿Y cómo podría dejarnos vacilantes cuando el estudio de esta obra nos muestra que sus etapas y virajes están gobernados por la preocupación, inflexiblemente eficaz en Freud, de mantenerlo en su rigor primero?
Para dar con el tono ocre (“vanguardista”, como dice Germán García con orgullo por su estirpe), debo decir que el Dr. Jacques Lacan nada, en ese movimiento, contra la corriente de su tiempo, del mismo modo como pareciera que lo hace el perro de Goya, según un comentador antiguo de esta enigmática e inquietante escena de la serie de las Pinturas negras de la Quinta del Sordo.
Al discurso de Viena antecedió el de Roma, 1953, “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”, manifiesto fundacional de su enseñanza. Será en París donde este movimiento de reconquista se plasmará en la fundación de la Escuela Francesa de Psicoanálisis (EFP), junio de 1964. Con relación al campo que Freud abrió (y que ahí mismo define como el ámbito que “restaura el filo cortante de la verdad”), en el mismo acto de fundación, Lacan anuncia un programa de acciones a seguir, que ya había esbozado en “La cosa freudiana” como formación de los analistas futuros. Con esa propuesta terminó su conferencia: “de lo que debe tratarse ahora es de una iniciación a los métodos del lingüista, del historiador, y yo diría que del matemático, para que una nueva generación de practicantes y de investigadores recobre el sentido de la experiencia freudiana y su motor”. Es notable la observación que hace en ese momento sobre la objetivación psico-sociológica, a la que el psicoanalista recurre y donde su práctica se empantana y disuelve; el lugar que preserva para las ciencias conjeturales como el nuevo orden de las investigaciones que están haciendo virar la implicación de las ciencias humanas; y su reflexión sobre la articulación con la verdad a la que Freud se remite al declarar imposibles tres compromisos: educar, gobernar y psicoanalizar. Su pregunta, es por demás elocuente: “¿por qué lo serían en efecto, sino porque el sujeto no puede dejar de estar en falta si se hila en el margen que Freud reserva a la verdad?

Verdad
Hace dos años, cuando preparaba unas clases para el Debate Freud / Lacan, encontré en La obra clara de Jean Claude Milner, una cita de los Escritos que usé hace muchos años en la apertura del debate sobre el Pase en la Escuela. En esa época, me había impactado exactamente un párrafo sobre la verdad que este autor cita, y sobre el cual vuelvo por el lugar central que el tema tiene en este discurso: “Después de Fontenelle [Bernard Le Bovier de] me he abandonado al fantasma de tener los puños llenos de verdades, para cerrarlos mejor sobre ellas […] confieso esta ridiculez porque marca los límites de un ser en el momento en que éste va a dar testimonio”, año 1946.
En la Viena de Freud y Wittgenstein, su posición es otra, allí enuncia una prosopopeya: “Yo, la verdad, hablo”. Fontenelle parece refutado para siempre: para qué cerrar la mano sobre la verdad, si ésta habla. Y Wittgenstein tendría razón pero sólo si aquello de lo que no se puede hablar consintiera en callarse.
Con un tono gongorista, pronuncia un extenso monólogo sobre la prosopopeya “yo, la verdad, hablo”, a través del cual, haciendo uso de esa figura de la retórica, vuelve equívoca la relación de la verdad con el lenguaje. Es en ese sentido que después dirá: La verdad dijo “Yo hablo”. Parafraseo partes de ese monólogo: Para que reconozcamos a ese “yo” [je] tal vez no era sobre el “yo” sobre quien había que lanzarse, sino en las aristas del hablar donde debíamos detenernos. “No hay habla sino del lenguaje”, es éste el enunciado que nos recuerda que el lenguaje es un orden constituido por leyes, de las cuales podríamos aprender por lo menos lo que excluyen: no es expresión natural, no es un código, no se confunde con la información (ver cibernética), ni es reducible a una superestructura (ver bula de Stalin).

Wo es war, soll ich werden
Del monólogo resta una pregunta ¿quién habla? que nos evitará (si no sucumbe en el olvido) perdernos en los pavoneos del yo y de sus funciones (de síntesis, operacionales, el buen “pupitre” sobre el cual invertir o apostar por un yo “autónomo” (Sir Hartmann, el primero, al banquillo de los acusados). Stop dice Lacan. Stop a ese “cosismo” ingenuo, para dar lugar al reverso de su apólogo del pupitre (que da para mucho, léanlo), donde aparece la figura del patético jorobadito de la calle Quincampoix, quien durante la fiebre de las especulaciones que condujo al crack del Banco Law, alquilaba su espalda como pupitre.
¿Quién habla? en el orden de la cosa que no es sino el orden el lenguaje. Lean a Ferdinand de Saussure, el fundador de la lingüística moderna, dice. Es con él con quien lee a Freud e interpreta lo que aquí llama el alfa del inconsciente freudiano en cuanto está separado por un abismo de las funciones preconscientes, hasta el omega del testamento de Freud en sus Neue Vorlessungen, la 31: Wo es war, soll ich werden. Freud no dice en esa formulación Das Ich und das Es. Allí el Es es un sujeto desprovisto de cualquier artículo objetivante, el Es, war, estaba: es un lugar de ser. De eso se trata de un lugar de ser donde ich [que no es el moi sino el je] werden, debe simplemente venir a la luz de ese lugar mismo en cuanto es lugar de ser.
No se trata de la tópica freudiana, de la segunda, se trata de la estructuración significante, y, hay que decirlo, también se trata de la nada de la existencia que introduce la palabra. Es notable el giro que le da aquí a la fórmula hegeliana: “el lugar donde el símbolo se sustituye a la muerte para apoderarse de la primera hinchazón de la vida”. (pág. 395). Hoy, las cacofonías sobre el goce, olvidan el preanuncio de este giro y la introducción que Lacan hace en el ’55 de sus tres: ¿escurriremos el bulto de lo simbólico por medio del cual la falta real paga el precio de la tentación imaginaria? ¿Desviaremos nuestro estudio de lo que sucede con la ley, es decir de los resortes que en la malla rota de la cadena simbólica, hacen subir desde lo imaginario esa figura obscena y feroz en la que es preciso ver la significación verdadera del superyó?
El análisis de las resistencias extravía, se reduce a la movilización de las defensas, olvida que el yo no es sólo un pupitre. Lacan propone en Viena una resistencia a los resistentes de la objetivación del sujeto. “Un sujeto por fin cuestionado” dirá en el ’66.
No dejemos pasar por alto que en esta conferencia preanuncia lo que dirá en el ’68 bajo el registro de un Otro al otro. La acción analítica que postula en el ’55 (hay que leer renglón a renglón las indicaciones que allí da) preanuncia una pregunta que leemos al inicio del Seminario del 68: El análisis instaura un discurso: ¿qué suspende allí el sujeto? El sujeto, allí está eximido de sostener su discurso con un yo digo. Al hablar de la Cosa freudiana, dice, me he lanzado en algo que yo mismo llamé prosopopeya que hace hablar a la verdad y borra el digo.
En el ’55, la premisa del retorno al sentido de Freud fue decir: “El descubrimiento de Freud pone en tela de juicio la verdad” (pág. 388). Y es así porque en la adaequatio rei et intellectus hay algo que desajusta la adecuación y es precisamente la deuda simbólica de la que el sujeto es responsable como sujeto de la palabra. La verdad no es una adecuación, es sólo el lugar donde la palabra que se dice vuelve opaca la palabra dicha. Lacan lo dice del significante en el ’68: es opaco porque sólo es articulación y porque eso que se escabulle en la articulación satisface.
Esa primera clase del Seminario a la que me estoy refiriendo lleva por título “De la plusvalía al plus-de-gozar”. Evidentemente son otros los términos que usa en este nuevo contexto porque el adversario (a quien también se refiere en “La cosa freudiana”) sea ha travestido en los “mercados de los saberes”, entre los que incluye “la crisis que atraviesa la relación del estudiante con la Universidad”.-

 

Adriana Testa
12 de noviembre 2011
XXV Coloquio Descartes

 

 
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