Germán García - Archivo Virtual / Centro Descartes, Buenos Aires

1925: El sacrificio de José Ingenieros

# (mayo 2017). 1925: El sacrificio de José Ingenieros. En Estrategias -Psicoanálisis y salud mental- N° 5 (pp.57-60), La Plata. Incluido en (1978) La entrada del psicoanálisis en la Argentina. Buenos Aires: Editorial Altazor. 

Carísimo Payró: Mil gracias por el benévolo recuerdo de mi libro,
que acabo de leer en tu diario.
En vistas del buen éxito continuaré simulando. Tuyo siempre;
José Ingenieros

José Ingenieros nació el 24 de abril de 1877 y murió el 31 de octubre de 1925. La revista Nosotros (1) dedica un número extraordinario (diciembre de 1925) donde se analiza y se exalta la figura del Maestro al que se le reconoce el mérito de haber producido ideales capaces de enlazar las generaciones venideras. Su muerte aparece como un sacrificio cuyos oficiantes y beneficiarios son los representados por el discurso de la universidad: “En el cementerio del Oeste -relata Nosotros- inició la serie de los discursos el Ministro de Instrucción Pública, doctor Antonio Sagarna. Después de él hablaron: el profesor Nerio Rojas, en representación de la Universidad de Filosofía y Letras; el doctor Carlos Sánchez Viamonte, en nombre de los consejeros estudiantiles de la Facultad de Derecho; nuestro director Roberto F. Giusti, como delegado de la generación que en el año 18 inició en Córdoba la reforma universitaria; Arturo Orzábal Quintana, en representación de la Unión Latino Americana; el ministro de México, doctor C. Trejo Lerdo de Tejada; Vicente A. Fiori, por el Centro de Estudiantes de Medicina y Círculo Médico Argentino; Julio R. Barcos, en nombre de los maestros y Pedro Alcántara Tossi en el de la juventud brasileña”.

Nerio Rojas dirá que Ingenieros fue “siempre un espíritu universitario” y los demás oradores concuerdan en que dicho espíritu tiene como agente el saber del positivismo y como axioma ético la paradoja de un retorno de la moral estoica (trabajando ahora por el porvenir y la razón).

Sin embargo, la misma revista publica una reseña de Alberto Palcos y Enrique Mouchet (“Ingenie-ro, psicólogo”), donde los autores se sienten obligados a manifestar su desacuerdo con el utilitarismo del maestro, en lo que hace a sus hipótesis sobre la delincuencia y la simulación de la locura: “así es como Ingenieros ve sistemáticamente en la simulación un fin utilitario, es decir, la extensión de la pena, y en la disimulación otro fin utilitario: recuperar la libertad”.

Continuaré simulando dice Ingenieros en su carta a Roberto Payró (aludiendo a su libro La simulación en la lucha por la vida) y en efecto vuelve sobre el tema en Simulación de la locura. La hipótesis de Ingeniero se inspira en el mimetismo animal “extendido” a los sujetos parlantes bajo el término de simulación. Ernesto Quesada -siempre en la misma publicación- habla del estilo de Ingenieros como de un intento de volverse “argentino”, al punto de fundar una de las editoriales que con más empeño rescató lo que su nombre enuncia, es decir, la cultura argentina.

Por su parte, Augusto Bunge (hermano de Carlos Octavio) recuerda que despreciaba a Ingenie-ros por “atorrante” de la misma forma que éste lo despreciaba a él por “cajetilla”. En su semblanza capta la inmolación: “Ingenieros fue un suicida en el sentido que se prodigó sin tasa ni medida...”. Luego cuenta de qué forma se presentó (cuando la misión Carnegie le permitió viajar a EE.UU. jun-to a Carlos Octavio Bunge y Ernesto Quesada) al presidente W. Wilson con el nombre de Benitos Villanoivas (apodo picaresco de quien poco antes había sido embajador argentino en Washington) para demostrar que los latinoamericanos no eran tenidos en cuenta y que esa rutina protocolar se relacionaba con el desprecio. Bunge sigue hablan-do de algo que se relaciona con el cambio de apellido: “Ingenieros, de apellido español italianiza-do, evolución expresiva del heterogéneo origen, hizo bien en re-españolizar su apellido (Debemos haber sido varios quienes se lo aconsejamos con insistencia)... No lo españolizó con propósitos de ocultación de su origen, ni por ser éste italiano ni por ser oscuro, como lo insinúa arteramente el acto de recordar que se escribía Ingegnieros. Re-españolizó su nombre como símbolo de su voluntad de considerarse íntegramente argentino, y, más que argentino, americano de lengua española”.

La negación de Bunge no puede borrar el hecho de que Ramos Mejía –maestro de Ingenieros- considerara a los italianos como un virus que había que administrar al cuerpo social con sumo cuidado para evitar una enfermedad contagiosa, y de que fuera el primero en hablar de la “simulación del talento”.

Es por eso que la ironía “continuaré simulando” es inseparable de la negación que Ingenieros hace de la tesis paradojal de Ramos Mejía (cuando habla de “geniales” simuladores de “genialidad”) y del desplazamiento que provoca al relacionar la simulación con la delincuencia y la locura (salvando el talento). Quizá se comprenda mejor su posición darwiniana (que contradice sus ideas políticas) en relación con los delincuentes que de-ben ser recluidos como obstáculos sociales (aun-que simulen la locura para escapar de la cárcel y la disimulen después para salir del manicomio). Llega a proponer que los delincuentes que pasan por locos deberían someterse a una mayor penalidad para promover una “simulación” de la salud y evitar los riesgos inversos.

Palcos y Mouchet comprenden el riesgo ético de ésta posición cuando acotan: “si desde el punto de vista utilitario de la defensa social habrá que tener en cuenta solamente la temibilidad del delincuente, desde el punto de vista moral es muy importante establecer el diagnóstico de simple criminalidad o de alienación criminal. A nadie le sería indiferente, dicen los autores, que su padre o su hijo sea declarado enfermo o criminal.

En un autorretrato Ingenieros dice: “He trabajado desde niño, pues mi padre fue pobre con breves intermitencias; era periodista y me enseñó a corregir pruebas de imprenta, retribuyéndome esa tarea con obsequios de libros, no mal seleccionados”. No quería ocultar el origen (dice Bunge), no mal seleccionados (dice Ingenieros): ¿por qué no afirma que eran bien seleccionados?

Luego cuenta que su padre (para que aprendiera inglés e italiano) le daba traducciones que le eran remuneradas a cinco centavos la página (lo que solo era un artilugio para hacerlo estudiar, dado que las mismas no se publicaban). ¿Cómo es que el padre pobre podía engañarlo y darle ese dinero?

El padre simulaba comprar traducciones, Ingenieros simulaba ser un traductor (lo hacía para sobrevivir en relación al padre, según su propia hipótesis de la simulación como adaptación al medio).

En 1905 -cuando tiene solo 28 años- viaja a Roma invitado a un congreso de “sabios” donde se lo reconoce y se lo espera: Cuando se presenta le preguntan dónde está su padre, ya que no podían imaginarse que fuera ese muchacho quien había escrito aquello que sus anfitriones conocían. Bun-ge lo declara “hijo de sus obras” y el mismo Ingenieros construye una moral basada en esta forma de trabajo: hacer, hacer aunque sea mal, pero hacer.

Cuando le preguntan por su “fecundidad” señala la biblioteca y dice que lo que produce se encuentra allí, solo hay que extraerlo por el trabajo: “Personas conozco que dicen admirar mi talento -escribe en su autorretrato-; las más de ellas podrían hacer lo que yo hago, con solo poseer mi prodigiosa salud física y mental, y mis hábitos de trabajo, nunca interrumpidos de veinte años a esta parte. En suma, tengo una buena maquina lubrificada por lecturas sobresaltos accidentales de la inspiración. Si esa “maquina” aguanta diez o quince años más, podré cumplir un programa que me he trazado”.

El padre le enseñó a corregir pruebas de imprenta, luego declara que manda los libros a imprenta sin corregirlos y emprende siempre uno bueno para olvidar el anterior. Alimenta una máquina que trabaja sola, que le impone su ritmo, a la que se debe para ser un hombre sano, bueno y trabajador.

“El lujo de estudiar y escribir me cuesta ese sacrificio.” Este lujo es también un “vicio” que se permite todos los días de “diez de la noche a cinco de la mañana”, acompañado por cigarrillos porque no soporta el alcohol.

Ingenieros dice que “tres generaciones” viven de su trabajo, “pues ya soy padre a mi vez”. Le cambia los pañales a la nena con el mismo interés que lee a Kant o Aristóteles. Al parecer los autores elegidos no resultan casuales, en los dos existe cierto rigor imaginado como arquitectura lógica y como dominio moral.

Esa máquina que trabaja sola y la que Ingenieros alimenta con sus lecturas, esa máquina que a su vez alimenta tres generaciones y sirve como medio para realizar el fin de un proyecto incesante ignora la causa de su funcionamiento. Digamos que la causa “eficiente” es la causa “final”: inscribir el nombre Ingenieros en la genealogía de un país en formación.

Bunge y otros insinúan que esa inscripción es en realidad una reinscripción.

El apellido original habría sido Ingenieros y, lle-vado a Italia (Sicilia) por un capitán español, se habría convertido en Ingegnieros: al reconvertir la grafía Ingenieros se encontraría con su origen (español perdido).

Poco importa la verdad de esta conjetura, sino la necesidad de realizarla por los amigos que insistían en castellanizar su apellido.

El sacrificio de Ingenieros en la constitución del discurso universitario se relaciona con el deseo de la madre. Hablando de si en tercera persona, cuando la Academia de Medicina de Buenos Aires lo premia en 1904, Ingenieros refiere la siguiente historia: “Un niño cursaba grados elementales en el Instituto Nacional, dirigido por el virtuoso educacionista Pedro Ricaldoni. Llegó la semana de exámenes- verdadera semana dolorosa de los escolares- y el niño obtuvo tantos sobresalientes cuantas asignaturas cursaba. Le otorgaron la me-dalla destinada al mejor alumno del Instituto; y el niño, menos contento por esta distinción de cuanto lo hubiera estado recibiendo un cartucho de caramelos, regresó al hogar, comunicó el resultado de los exámenes, y, con gesto displicente entregó a su madre aquella insignia cuyo valor no comprendía. Ajeno a la emoción provocada, oyó, de pronto a su espalda, sollozos mal reprimidos: volvió la cabeza, y vio a su madre, la medalla entre las manos, los ojos húmedos de llanto. He oído referir que el niño inconsciente en sus siete años, del porqué de aquellas lágrimas, corrió hacia su madre, trepó sobre sus faldas y echó a llorar también él, diluyendo en ese llanto virgen, cuyas fuentes ciega para siempre la edad que pasa, las sílabas de una frase justificativa: No llore, no llore, no lo hará más: ¿qué culpa tengo si me han dado esta medalla?”

No hay que sorprenderse, entonces, de que esa máquina siga trabajando sola.

Como Florencio Sánchez, el hijo socialista y universitarios realiza un deseo de la madre (aunque en este caso no es contra el padre, como en M' hijo el dotor) que lo desea omnipotente (ser todo potencia).

Sin embargo, a pesar de seguir la línea socialista de su padre, gustaba de ciertos desplantes: ir a una asamblea obrera vestido de dandy, defender a una “joven burguesa” de un panadero anarquista, pasear por Paris con el general Roca y fotografiarse con Payo Roqué en la misma ciudad, proponerse asistir a planes culturales con H. Yrigoyen, etcétera.

Vicente Martinez Coutiño habla de las dos máscaras de Ingenieros y su hija Delia Kamia habla de cierto “otro yo” que provocó desconcierto: era, a la vez, estudioso y extravagante (2).

La escisión de Ingenieros se manifiesta por cierta situación ambigua entre la ciencia y la literatura. Cierta vez se burla del poeta Emilio Becher y recibe en respuesta un artículo del mismo llamado El médico imaginario (en obvia alusión a Moliére). Ingenieros teme que la mordacidad “poética” dañe su propia reputación de médico y responde tratando de apaciguar los ánimos. A la inversa, en otra oportunidad apologa la novela mediocre de un médico, argumentando que los hombres de ciencia pueden hacer literatura.

Esta dualidad de Ingenieros explica su interés por la simulación. Pensemos la inocencia simulada del relato que hace de la medalla (relato en tercera persona, como si hablase otro) en la perspectiva de su propia tesis: “No importa que esa costumbre de parecer destruya en el hombre toda capacidad para ser; la sociedad no vacila en sacrificar los individuos al interés de la especie, lo mismo que las demás colonias animales. Todo lo que exige del niño que entra a la vida es que se esfuerce por imitar lo que hacen los demás; y el niño, cada vez que no puede hacerlo, se decide a simularlo. Así, simulado, se aventaja en la lucha por la vida, y para conservar las ventajas adquiridas sigue simulando, después, hasta la muerte” (3). Su hija escribe:...supo de la gloria temprana, del éxito, de la estima, de la admiración. Recogió en vida afecto, amistad, simpatía, y no fue ciego a los placeres honestos” (4).

El sacrificio de Ingenieros no fue vano, puesto que satisfizo lo que pensaba que era el deber: la misión de la Universidad consiste en fijar principios, direcciones, ideales que permitan organizar cultura superior en servicio de la sociedad “(5). Su sacrificio muestra en que forma el discurso universitario debe estar al servicio de la sociedad. El diccionario define sacrificio: Ofrenda, generalmente cruenta, a la divinidad en señal de homenaje o expiación. /Acción a que uno se somete con gran repugnancia por ciertas consideraciones. / Acto de abnegación inspirado por la vehemencia de un afecto/ Operación quirúrgica muy cruenta y peligrosa.

Ingenieros ofrendó su juventud a la sociedad para engendrar en los jóvenes ideales que les permitirían ofrendar sus vidas al porvenir. Si alguien desea poder, debe olvidar el goce hasta pasado mañana, siempre.


NOTAS

(1) El número 199 de la revista Nosotros (año XIX, diciembre de 1925) contiene los siguientes trabajos:
- José Ingenieros, “Autorretratos”.- Fernández Moreno, “José Ingenieros” (poesía)- Antonio Sagarna, “El amigo”.- Miguel Unamuno, “Recuerdo de su última estad en París”.- Ernesto Quesada, “La vocación de Ingenieros”.- Roberto J. Payró, “La vocación de Ingenieros”.-Auguste Bunge, “Ingenieros, niño grande”.- Eduardo Schiaffi no, “José Ingenieros”.-Vicente Martínez Cuitiño, “Ingenieros el hombre y la obra”.-Ernesto M. Barreda, “José ingenieros; una entrevista y una carta”.-Pedro Zavalla (Pelele), “Ingenieros en Paris”.-Francisco Soto y Calvo, “A Ingenieros, en su muerte” (poesía)-José Ingenieros, “La metafísica del amor, los mitos de la generación” (póstumo)-Roberto Giusti, “Ingenieros poeta”.-Folco Testeba, “Ingenieros” (poesía)-Alfredo Como, “Ingenieros ante la cultura”.-Juan P. Ramos, “Ingenieros criminalista”.-Helvio Fernandez, “Ingenieros psiquiatra”.-Mouchet y Palcos, “Ingenieros psicólogo”.-Marcos M. Blanco, “El ansia de futuro, notas sobre la ética de J. Ingenieros”.- Homero Guglielmini, “Ingenieros y la nueva generación”.-C. Trejo Lerdo de Tejada, “México e Ingenieros”.-A. Orzábal Quintana, “Los ideales políticos de Ingenieros”.-Juan Antonio Villoldo, “Ingenieros historiador”.-Gabriel S. Moreau, “La obra histórica de Ingenieros”.-Enrique Mendez Calzada, “Ingenieros ha muerto” (poesía)-Gregorio Bermann, “Lo que debe a Ingenieros nuestra generación”. -Luis Reissig, “Ingenieros y Rodó”.-Luis Pascarella, “Ingenieros”.-E. Suarez Calimano, “Maestro, no magister”.-E. Carrasquilla Mallarino, “Réquiem” (poesía)-Noticias y documentos sobre la muerte de Ingenieros.

(2) Delia Kamia, Prólogo (Antología de Ingenieros), Ed. Losada, 1961, Bs. As.

(3) José Ingenieros, La simulación en la lucha por la vida, Rosso Ed. 1903, Bs As.

(4) Delia Kamia, Prologo (Antología de Ingenieros), Ed. Losada, 1961, Bs. As.

(5) José Ingenieros, La universidad del porvenir (Antología), Ed. Losada, 1961, Bs As. 


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