Germán García - Archivo Virtual / Centro Descartes, Buenos Aires

La tormenta y el empuje

# (24 de febrero 2012). La tormenta y el empuje. En Clarín, Buenos Aires.

Me complace que Nanina (1968) sea publicada por una editorial como Fondo de Cultura Económica. Lo que me alegra, de manera especial, es que Ricardo Piglia lo eligiera para una colección cuyo nombre es una contraseña entre nosotros: Recienvenidos. De manera diferente, por diferentes caminos, Macedonio Fernández es alguien que valoramos como un límite de la literatura argentina en particular y de la lengua castellana en general. Es nuestro Joyce.

Macedonio Fernández está en Nanina . También Borges aparece.

Nanina abunda en alusiones a los libros que configuraban amores y rechazos literarios. El narrador, por ejemplo, imagina un libro con títulos (hay una página escrita así). Un homenaje a Ferdydurke, una “nieta” que sería llevada a una escena sexual frente al abuelo que parlotea sobre la jubilación.

El prólogo de Ricardo Piglia subraya el exceso como diferente de una tendencia a la economía narrativa. Las referencias a la infancia como lugar inventado, la saga de una iniciación que acentúa la urgencia sexual –no la satisfacción–, el rechazo de una familia y una ciudad, crean un presente donde el desamparo se sostiene en la decidida elección de la literatura. Había como en cualquier novela de iniciación, la metáfora del viaje, un tiempo (infancia, adolescencia, juventud), un tránsito social que incluye la economía, la clase, la cultura, etc.

Una biografía se escribe, habla de cosas que ya no existen. ¿Puede existir una auto(bio)grafía que relata las peripecias de un yo, cuya unidad es tan improbable como la verdad de su saga? Sigmund Freud, para hablar de adolescencia se refería al Sturm und Drang (Tormenta y empuje); un movimiento romántico que acentuaba el genio de cada uno. Es decir, lo opuesto a la Ilustración que le hace decir a Kant “somos culpables de nuestra minoría de edad”. El héroe romántico, como el de Ferdydurke, hace de la inmadurez una clave de las pasiones humanas. Para Freud, lo que se llamará “adolescencia” hace presente las fantasías de la infancia por la metamorfosis del cuerpo en la pubertad. Los héroes son “adolescentes”, como en el Despertar de la primavera de Wedekind. ¿Sabía esas cosas el narrador de Nanina? Sí, y deja las huellas.

El éxito de Nanina, acallado por la prohibición del gobierno de Onganía, debe algo a la importancia que le dio Primera Plana. En un reportaje, el epígrafe a una foto del autor decía: “Hay que correr una cortina sobre la biblioteca”. Había dicho “No hay que correr...”. Faltaba el No.

Yo, que tenía entre mis mentores a Henry Miller y a Kerouac, era convertido en aspirante a buen salvaje. Henry Miller, a través de su narrador, es lector incansable, con un deseo sexual renovado después de cada mujer. Norman Mailer, con ironía, dice que tantas mujeres que el narrador lleva hasta placeres desconocidos, harían imposible la abundante obra del autor. Conviene olvidar la falta de aquel No en el epígrafe de Primera Plana.

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