Carlos	 Gustavo	 Motta:	 A	 partir	 de	 la	 creación	 del	 psicoanálisis,	 ¿la	 literatura
 cambió?	Freud,	en	el	comienzo	de	“El	creador	literario	y	el	fantaseo”	(1908),	cita	la pregunta	 que	 el	 cardenal	 Hipólito	 d’Este	 le	 dirige	 a	 Ariosto:	 “¿Dónde encontraste,  Ludovico,	tantas	historias?”. 
Germán	 García:	 Empezaría	 a	 abordar	 esta	 cuestión	 en	 varias	 partes.	 Cuando
 Freud	habla	del	múltiple	interés	del	psicoanálisis,	si	bien	le	otorga	a	la	literatura	un lugar	 particular,	 la	 sitúa	 como	 un	 elemento	 de	 verificación,	 a	 partir	 que	 él	 maneja  algunas	ideas	 de	literatura	comparada,	que	consiste	en	cotejar	dos	 discursos	que	no tienen	 contacto	 entre	 sí	 y	 ver	 si	 tienen	 elementos	 homológicos	 o	 equivalentes.	 Le resulta	grato	que	Wilhelm	 Jensen	le	haya	dicho	 que	no	 sabía	 nada	 de	psicoanálisis, porque	entonces	los	sueños	inventados	por	Jensen	cumplían	las	reglas	propuestas	por Freud,	y	eso	para	Freud	era	una	manera	indirecta	de	verificar	la	verdad	de	sus	reglas.  Otro	 ejemplo	 que	 propongo	 es	 en	 Tótem	 y	 tabú	 (1912-1913),	 donde	 encuentra homologías	entre	el	totemismo	y	la	fobia;	tótem	y	tabú	y	la	obsesión:	porque	uno	es un	 discurso	 producido	 en	 un	 diván	 y	 otro	 es	 un	 discurso	 producido	 en	 la	 tribu (conjunto	social).	Pienso	que	ese	es	un	lugar	que	Freud	le	da	a	la	literatura.	Recuerdo que	Freud	comenta	que	el	límite	de	la	literatura	y	la	poesía	es	el	gusto.	El	poeta	lo gana	en	cierto	 sentido,	lo	pierde	en	otro,	porque	él	 se	debe	a	unos	efectos	estéticos  que	impiden	ir	hasta	la	verdad	científica.	Borges,	con	el	estilo	que	lo	caracterizaba,  una	vez	me	comentó	que	Jung	era	una	persona	educada.	Y	que	Freud	era	un	hombre de	 mal	 gusto:	 andar	 diciendo	 que	 la	 madre	 tiene	 falo	 o	 que	 las	 mujeres	 están castradas…	¿a	quién	se	le	puede	ocurrir,	no? 
La	ironía	de	Borges	era	extraordinaria:	no	sabía	si	Freud	era	un	obseso	sexual	que
 se	dedicaba	a	obsesionar	a	la	gente,	o	quizás	un	ambicioso	que	se	había	relacionado  con	un	público	de	obsesos	sexuales.	Un	argumento	que	en	sí	mismo	no	tenía	salida. 
Comentario	aparte,	en	Jacques	Lacan	era	diferente	y	lo	ilustro	con	tres	cuestiones:
1) 	La	demostración	de	“La	carta	robada”,	de	Edgar	Allan	Poe,	para	un	tipo	de	estructura	psíquica.
2) 	Hamlet	para	el	grafo	de	deseo.
3) 	Joyce	para	la	teoría	de	los	nudos.
En	Lacan	se	observa	que	“La	carta	robada”,	es	un	intento	de	hacer	una	homología entre	la	estructura	de	un	 relato	y	la	estructura	misma	del	sujeto.	En	Hamlet	trata	de ubicar	toda	la	estructura	psíquica	de	Hamlet	sobre	la	estructura	del	grafo	del	deseo: 
detrás	 de	 esto,	 hay	 una	 idea	 posiblemente	 post-Kant,	 que	 consistiría	 en	 darle	 a	 la literatura	 un	 lugar	 de	 lo	 sensible,	 hasta	 hacer	 inteligible	 la	 estructura.	 Es	 bastante problemática	la	cuestión,	porque	justamente	es	la	que	plantean	las	llamadas	ciencias 
cognitivas;	es	decir,	si	hay	un	científico	que	es	acromático	y	conoce	perfectamente	la composición	 del	 rojo	 y	 alguien	 que	 no	tiene	 ninguna	idea	 de	la	 condición	 del	 rojo pero	 es	 un	 gran	 pintor	 que	tiene	 una	 relación	intensa	 con	 el	 rojo,	 ¿ellos	 saben	 dos 
cosas	diferentes	o	hay	dos	saberes	diferentes	de	la	misma	cosa?	Entonces,	lo	mejor
 sería	decir	(para	evitar	el	dualismo)	que	hay	dos	saberes	diferentes	de	la	misma	cosa: que	habría	un	saber	en	este	caso,	sensible,	que	vemos	la	luz	pero	no	los	corpúsculos 
que	forman	la	luz.	En	ese	sentido,	estas	homologías	tienen	siempre	ese	problema,	al igual	que	Lévi-Strauss	cuando	analiza	el	mito:	si	la	estructura	es	algo	que	yo	agrego comparativamente	o	si	la	estructura	es	algo	que	yo	extraigo	de	un	correlato. 
Otro	intento	posible	es	la	lectura	que	Lacan	realiza	de	la	biografía	del	Dr.	Deleuze
 sobre	André	Gide,	donde	Lacan	trata	allí	de	hacer	psicobiografía,	tratando	de	deducir la	obra	de	Gide	a	partir	de	un	acontecimiento	en	la	estructura	de	su	vida.	Claro	que	lo 
hace	de	una	manera	indirecta,	porque	esa	biografía	la	escribe	otro.
Por	 último,	 es	 la	 relación	 Lacan-Joyce.	 El	 lugar	 que	 Lacan	 intenta	 dar	 a	 la
 literatura	en	esa	reflexión	sobre	Joyce,	vendría	a	servir	de	ejemplo	paradigmático	de una	estructura,	en	este	caso	de	un	nudo. 
CGM:	¿Qué	injerencia	podría	tener	esto	sobre	el	psicoanálisis,	es	decir	sobre	su práctica	misma? 
GG:	Hay	una	serie	de	malos	entendidos:	la	“escritura	automática”	del	surrealismo (representado	 principalmente	 por	 André	 Breton),	 que	 es	 un	 error	 total,	 puesto	 que como	 dice	 Lacan,	 la	 repetición	 sigue	 el	 principio	 del	 placer	 y	 no	 tiene	 nada	 de 
demoníaco	abandonarse	al	automatismo	de	la	escritura;	no	es	nada	más	que	recurrir placenteramente	 a	 los	 sonidos,	 a	 los	 sentidos	 semánticos	 que	 a	 uno	 le	 gustan. 
Digamos	 que	 si	 hay	indicaciones	 sociales	 de	la	 práctica,	 hay	 del	 otro	lado	 alguien
 capaz	 de	 cortar	 las	 asociaciones.	 Hay	 otra	 cuestión	 que	 es	 la	 llamada	 corriente	 de conciencia,	que	sería	la	homología	entre	la	asociación	libre	y	el	discurrir	libremente, 
aunque	 parece	 ser	 que	 hubo	 un	 escritor	 que	 publicó	 sobre	 el	 fluir	 de	la	 conciencia antes	que	el	surgimiento	del	psicoanálisis.  
CGM:	 Estimo	 que	 hace	 referencia	 a	 Ludwig	 Börne,	 escritor	 que	 redactó	 un
 ensayo	 llamado	 “El	 arte	 de	 convertirse	 en	 escritor	 original	 en	 tres	 días”	 y	 al	 que Freud	 hace	 referencia	 en	 su	 artículo	 “Para	 la	 prehistoria	 de	 la	 técnica	 analítica” (1920). 
GG:	Cierto,	 y	más	allá	 de	ese	 origen,	la	 pregunta	es	 formular	en	 qué	 sentido	el
 psicoanálisis	pudo	surgir	de	la	literatura	y	en	qué	sentido	la	modificó.	La	tentación	de San	Antonio	de	Flaubert	es	anterior	al	caso	clínico	del	hombre	de	las	ratas	en	Freud; 
Madame	 Bovary	 es	 anterior	 a	 la	 lectura	 de	 la	 histeria	 y	 siguen	 siendo	 del	 mismo género.	 Freud	 mismo	 dice	 que	 sus	 historiales	 tienen	 algo	 inevitablemente	 literario.  Hay	 otros	 casos	 puntuales,	 como	 el	 de	 Italo	 Svevo,	 que	 es	 un	 producto	 directo	 del psicoanálisis,	o	hay	fenómenos	concurrentes	porque	son	independientes,	en	este	caso particular,	 la	 realización	 de	 todo	 un	 trabajo	 introspectivo	 que	 uno	 podría	 pensarlo como	un	largo	análisis	o	autoanálisis. 
Desde	 “El	 creador	 literario	 y	 el	 fantaseo”	 hasta	 “Pegan	 a	 un	 niño”	 (y
 fundamentalmente	en	este	último),	Freud	se	ocupa	de	la	construcción	fantasmática.	El  centro	de	interés	freudiano	recae	en	el	examen	de	las	fantasías. 
Hace	tiempo	estudié	las	distintas	tesis	en	Freud	y	descubrí	varias:	me	refiero	a	la literatura	comparada,	que	es	lo	que	aplica	a	Gradiva;	la	psicobiografía	 que	aplica	a Dostoievski,	que	es	la	más	pobre,	porque	es	el	intento	de	reducción	de	una	obra	a	los 
elementos	 de	 una	 biografía,	 lo	 cual	 es	 absurdo,	 porque,	 como	 dice	 Ricardo	 Piglia,
 escribir	es	contar	la	historia	de	cualquiera	como	propia	y	no	la	propia	disfrazada	de otro.	Uno	puede	escribir	una	historia	sádica	porque	está	jugando	dentro	de	un	género: 
puede	escribir	una	historia	policial	porque	está	de	moda.	El	escritor	se	informa	como un	antropólogo,	el	otro	no	puede	deducir	de	allí	tu	deseo	criminal	o	el	gusto	por	la baja	 vida,	 ni	 nada	 por	el	estilo;	cuando	 uno	escribe	 no	 hace	 nada	 de	eso.	La	mejor 
tesis	es	la	que	Freud	aplica	a	Leonardo	da	Vinci:	intenta	la	 reducción	de	la	obra	de
 Leonardo	a	la	estructura	de	una	fantasía.	Y	ahí	en	el	“Leonardo”	yo	haría	un	puente sobre	 el	 poeta	 y	la	 fantasía,	 donde	 podemos	 decir	 que	 hay	 una	 homología	 entre	 el fantasma	y	el	juego.	Hay	homologías	entre	la	estructura	del	historial	y	las	tesis	sobre la	 literatura,	 por	 supuesto	 cuando	 Freud	 dice,	 en	 “La	 novela	 familiar	 de	 los neuróticos”	(1909),	cuál	es	la	arquitectura	que	adopta. 
Uno	tiene	las	tres	protofantasías,	que	son	a	priori	organizadores	que	no	dependen
 de	 la	 historia	 de	 nadie;	 las	 famosas	 tres	 preguntas	 con	 las	 respuestas	 que	 propone Daniel	Lagache:	de	dónde	viene	el	deseo	de	la	seducción;	de	dónde	vienen	los	niños 
de	la	escena	primaria;	de	dónde	viene	la	diferencia	sexual	de	la	castración.
Esas	tres	 protofantasías	 organizan	 una	 serie	 de	inscripciones	 vividas	 que	 serían
 las	 huellas	 mnémicas,	 transformadas	 por	 condensación	 y	 desplazamiento	 en recuerdos	 encubridores.	 Entonces,	 las	 tres	 protofantasías	 con	 sus	 recuerdos encubridores	dan	la	“tela”	de	la	novela	familiar	del	neurótico,	que	cuenta	la	épica	del propio	narrador.	Esta	estructura	que	Freud	aplica	en	los	historiales	y	es	su	propia	tesis sobre	 la	 construcción	 de	 la	 subjetividad,	 es	 solidaria	 a	 lo	 que	 se	 enuncia	 en	 la literatura,	 porque	 regresivamente	 hace	 lo	 mismo:	 parte	 de	 una	 obra	 y	 llega	 a	 unas fantasías	básicas. 
CGM:	¿Cómo	podríamos	entender	esto	en	la	psicosis?
GG:	 Cuando	 Freud	 finaliza	 la	 lectura	 de	 Schreber,	 comenta	 que	 no	 sabe	 si
 Schreber	 es	 psicoanalista	 o	 el	 psicoanalista	 es	 paranoico.	 En	 otra	 parte	 dice	 que cuando	 se	 piensa	 de	 manera	 abstracta,	 uno	 se	 parece	 en	 forma	 desagradable	 al 
esquizofrénico.	Si	en	la	neurosis	uno	tiene	que	deducir	de	los	retoños	de	la	fantasía	la
 estructura	de	lo	inconsciente,	en	la	psicosis	esa	estructura	aumentada	del	inconsciente (la	“maquinaria”	funcionando)	es	mucho	más	precisa	que	en	la	neurosis.