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septiembre 2025

El Blog René de septiembre presenta “La ingenuidad de la perversión personal”, de Germán García. Esta intervención en el Encuentro del Campo Freudiano de 1989 (Barcelona), propone lecturas sobre los modos en que se instauró la transmisión del psicoanálisis (por los post-freudianos, la incidencia de las políticas profesionales, la irrupción de Jacques Lacan, el extravío).
La eficacia de las citas, la emergencia de variaciones teóricas, la relación maestro-discípulo, se presentan como elementos sobre los cuales se indagan los supuestos progresos de la literatura analítica. El nombre propio, a su vez, pone en tensión la noción de narcisismo.
García interroga si existe una enseñanza del psicoanálisis sin autor. “Por pura que sea la transmisión, alguien tiene que tener ganas de realizarla y ese trabajo (tiempo, duración, carga) pone en el juego ‘la ingenuidad de la perversión personal’. O, si se prefiere, el gusto de cada uno.”
Interesa situar las coordenadas de este trabajo en el contexto de la instauración del Campo Freudiano como “red de colecciones”. De la pequeña diferencia y la extravagancia teórica se pasa al “estilo enunciado como objeto petit a”.

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Sólo quiero interesarlos en algunos puntos concernientes a las diversas citas que aparecen de manera regular, sobre lo que hay que considerar los fundamentos de la eficacia. Los discípulos de Sigmund Freud consideraron que sus diferencias con el maestro habían surgido de una exigencia clínica, a la que ellos estaban obligados a responder. Sigmund Freud, por su parte, tenía a considerar estas diferencias como efecto de la ceguera de cada uno en relación con la causa, cuando no como una debilidad frente a demandas extrañas (Otto Rank y “la prisa de la vida americana”).

A partir de un artículo de Férenczi fue una táctica oficial la apelación al complejo de Edipo: los que preferían la madre siguen a Melanie Klein -decía Angel Garma, en la Argentina- y los que prefieren al padre son partidarios de Sigmund Freud. El furor “motivacional” mantenía en silencio las divergencias y las diferentes corrientes se instituían según políticas profesionales (los médicos promovían la psicosomática, los psicólogos buscaban la inspiración dinámica y los psiquiatras se aliaban con la comprensión). Esto, que saltaba a la vista, era ignorado por la “falacia genética” siempre presta a explicar las cosas por motivos personales.

En Le Seminaire XI (pág. 198) Jacques Lacan afirma: “No hay modo de seguirme sin pasar por mis significantes, pero pasar por mis significantes comporta esa sensación de alineación que les incita a buscar, según la formalización de Freud, la pequeña diferencia”.

La pequeña diferencia alude al narcisismo, al obstáculo para resignar el nombre en lo que tiene de propio. Lo opuesto no es una destitución, puesto que se trata de alineación: muchos son los llamados y pocos los elegidos, los que se dicen discípulos estarán pendientes de la respuesta del maestro. En efecto, el comentario aparece entre líneas cuando Jacques Lacan comenta: “no hay de eso ... sin eso otro”.

¿Qué misterio pasa en silencio en estos tres puntos que hace que el no se obligue al sin? L. F. Celine dice que le reprochan los tres puntos, pero que ellos son indispensables en tanto durmientes (dormants) que remiten al punto fijo (point dormant) que sostiene los rieles de la prosa.

L. F. Celine exclama: “¡El asunto de mi metro-puro-nervio-rieles-mágicos-condurmientes-tres-puntos, es más importante que el átomo!”.

L. F. Celine viene argumentando contra el cine, contra la evidencia de la imagen. Los tres puntos son el traverse del bosque del lenguaje y pueden disputar a la Belle au Bois dormant del cine su poder de encantamiento. Los tres puntos aparecen como lo indecible del sujeto identificado al objeto (véase: L. F. Celine: Entretienes avec le professeurY). Pero, más allá, los tres puntos -según Lacan- están en el lugar de la ausencia de relación entre lo masculino y lo femenino.

Dos años después de su comentario sobre la alineación y la “pequeña diferencia” que extravía a sus seguidores, Jacques Lacan escribe en Du sujet en/in question sobre lo que llamara “la ingenuidad de la perversión personal” (Ecrits, pág. 232). Es una vuelta más sobre las tantas críticas que Jacques Lacan ha dedicado a la literatura psicoanalítica, calificada esta vez de “extravagancia teórica”. Pero aquí habla de testimonio, lo que implica decir que estas extravagancias, esas locuras literarias, nos iluminan sobre el sujeto de enunciación que pone en juego esos enunciados. El delirio biológico de Férenczi, la transición igualitaria que inspira a Ernest Jones. La pequeña diferencia en la lógica de la castración, conduce a la “x” que operaría en un deseo que ya no sería imposible e insatisfecho o prevenido, sino que podría llamarse decidido. ¿Sería puro ese deseo en tanto que decidido? El pecado de Freud -según Lacan- fueron las histéricas. El pecado de cada uno -en la vertiente del pase- es una marca dejada por la certeza de sus satisfacciones.

El proton pseudos, la mentira originaria, introduce la verdad. Entonces, las extravagancias teóricas testimonian de la manera en que son afectados algunos sujetos por la propagación misma de las nociones del psicoanálisis.

Dicho de otra manera, se trata del vel entre el sujeto de la ciencia y el sujeto patológico, del vel entre el cogito y el soll.

Aunque se pueda escribir por encargo -para Macedonio Fernández es la posición del escritor verdadero, el que escribe sin “motivo”- siempre quedará el estilo como una manera particular de modular el vacío del sujeto de la ciencia mediante el goce del parletre. Porque no es necesario que el pecado de Freud se transmita, basta con hablar para entrar en la dimensión del autor (signo, significado) que no se confunde con la dimensión del sujeto (efecto de significantes, sentido).

¿Puede existir una enseñanza de psicoanálisis sin autor? Por pura que sea la transmisión, alguien tiene que tener ganas de realizarla y ese trabajo (tiempo, duración, carga) pone en el juego “la ingenuidad de la perversión personal”. O, si se prefiere, el gusto de cada uno.

En Subversión de sujet et dialectique du desir, Jacques Lacan pregunta: “¿Pero de dónde proviene ese ser que aparece como faltando en el mar de los nombres propios?” (Ecrits, pág. 819). Y unos párrafos después aparece la respuesta: “... ese lugar hace languidecer el Ser mismo. Se llama el Goce, y es aquello cuya falta haría vano el universo”.

El nombre propio se encuentra en la disyunción del cogito y el soll, y sabemos que uno de los problemas que retorna de manera regular en el psicoanálisis se relaciona con la exigencia de una producción autónoma y la nominación del conjunto, que nomina a cada uno para una serie (AE, AME).

En 1968 Jacques Lacan planteó el problema en la introducción de la revista Scilicet l. El hecho de que, pasado un cierto tiempo, cada uno podría recuperar su trabajo y darle su nombre, era la diferencia que introducía entre lo no firmado y el anonimato. Sin embargo, Jacques Lacan firmará para que el circuito simbólico que instituye no se encuentre afectado de entrada por la Verwerfung: “Lo que ha hecho a este nombre convertirse en huella imborrable a mí no se debe. Sin mayor énfasis no diré más que esto: un desplazamiento de fuerzas ha ocurrido en torno suyo, donde sólo soy responsable por haberlas dejado pasar ( ... ) me obliga a devolver a Freud el movimiento que he tomado en su inicio” (Scilicet, págs. 7 /8). Asistimos aquí al deseo en acto, a la articulación del nombre de Jacques Lacan con el de Sigmund Freud.

La consecuencia de ese deseo es la instauración del Campo freudiano, entonces una “colección” y ahora una red de “colecciones”. La pequeña diferencia ha desaparecido, las extravagancias teóricas inspiradas en la ingenuidad de la perversión personal se reducen al estilo enunciado como objeto petit a. El cogito se hace transmisión, el soll dicta una enseñanza: “este seminario, más que llevarlo yo, me sujeta él. ¿Me sujeta por la costumbre? Seguro que no, puesto que es por el malentendido ( ... ) Soy un traumatizado del malentendido. Y como no me hago a él, me canso de disolverlo. Y con lo mismo lo alimento. Eso se llama el seminario perpetuo” (J. Lacan, 10/6/80). El soll (debo) se hace poema ya que no poeta.

El sujeto como efecto vacío de la cadena significante y el sujeto como respuesta del soll, constituye el vel -la exclusión interna- que se realiza en un estilo y que se verifica en el pase en tanto tiene una estructura de Witz y que por eso -como lo aclara Jacques-Alain Miller no es matema. El Witz “... se vuelve a decir y circula, admite variantes, amplificaciones y malentendidos, la palabra y no la escritura lo hace existir, allí emerge el sujeto” (J.-A. Miller, PLP 1. 20/10/80). No se trata del sujeto del cogito que mediante el matema ... se sustenta. Sin duda el matema tiene su lugar, que viene después del Witz del pase: es la elaboración requerida, o mejor esperada, del analista de la Escuela. “Admito, en lo que precede, que la estructura del pase es homóloga a la de una formación del inconsciente. Lacan lo ha dicho. No deja por ello de ser una paradoja, por cuanto el pase está fundamentalmente en el nivel del objeto. Para ser más precisos: el dispositivo del pase recupera a nivel significante el momento del pase, del cual lo esencial se juega a nivel del objeto” (J.-A. Miller, idem). La ingenuidad de la perversión convierte en novela y resuelve por el mito de la “creatividad”, la paradoja del sujeto en su alternancia de ausencia del objeto.

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